Por Ángel Zurita Hinojal

Esta tarde/noche he sentido la incomparable sensación de estar en el lado correcto. Asistí a la presentación de Preso pero libre, la autobiografía carcelaria de un opositor venezolano. Su nombre: Leopoldo López; su crimen ya está dicho, ser opositor en la Venezuela del siglo XXI; su futuro: o mártir o presidente de la Venezuela renacida.

Estuve en el lado correcto cuando me apresuré a darle un abrazo al padre, también Leopoldo, que por ser padre de quien es, ha recalado en Madrid por no poder ya vivir en la Venezuela del siglo XXI, cuando a pocos minutos de la 6 PM (como acostumbran a concretar por allá) entraba en la de siempre “Casa de Correos” y en la actualidad sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid en la, sin más precisiones para su ubicación, Puerta del Sol.

Allí se celebró el acto propiciado por Cristina Cifuentes, la presidenta de la autonomía madrileña, la que rápido despejó el velo que nublaba mi criterio cuando entré en el recinto, de cuya fachada se habían descolgado los dos cartelones con la efigie de Leopoldo López y el taxativo reclamo de su “Libertad ya”. Aclaró la presidenta que disponiendo solo de dos carteles, se habían trasladado a la cabecera del acto de la presentación y que, concluido éste, se repondrían a su emplazamiento original. Uff… Por una vez no han sido los “complejines”, a pesar de las aceradas críticas en las “redes” por la utilización de un espacio público para fines (dizque) partidarios. En lo que a mí respecta, como la libertad no distingue de partidos ni banderías, la cuestión está resuelta, si bien no estaría de más una didáctica explicación para párvulos.

Estuve en el lado correcto -decía- aplaudiendo a Felipe González cuando afirmó con “felipesca” rotundidad que la libertad de Leopoldo López era su/nuestra libertad. Y a Vargas-Llosa haciendo fundamento del auditorio en su elocuencia.

Lo estaba cuando me emocioné al oír a Liliana Tintori, la María Pita de Venezuela (“Y el que tenga honra, que me siga”), asumiendo que el compañero que, sin duda, eligió para otros lances, quería y sentía que su destino no era otro que la alternativa en el último extremo de morir con honor o vivir con vilipendio.

Sentí estarlo al final del acto para volver a robar el precioso tiempo de Leopoldo López padre para decirle que le admiraba a él y que admiraba a su hijo por proclamar su afán de cambio de Venezuela con el acuerdo, con el encuentro, sin asomo de venganza. Sentí que lo estaba, lo juro, al ver correr gruesos lagrimones por sus mejillas.

En mi optimismo natural lo estuve al concluir que alguno de los presentes sacaría saludables conclusiones respecto de los riesgos inherentes a confiar, siendo rana, en las promesas de lealtad de los escorpiones que te necesitan para cruzar ríos, en no fundamentar el beneficio propio y el de los que confían en ellos en las añagazas y entelequias de los que buscan su ruina.

Es decir, por continuar con los cuentos y las fábulas: hay lobos y hay lobitos, cada uno en el suyo. Pero si asoman la pata, son lobos. Y si creemos sus patrañas no podremos sorprendernos de que a continuación tumben nuestra casa con su soplido.

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