La actriz Kate del Castillo

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Pérez Reverte y los traficantes de sueños

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Por Rubén Diez Tocado, @dieztocado1

El que trafica sabe que juega el juego sucio de las transacciones sin público, ocultas, sucias o ilegales, de luz de velas, pero lo de Kate del Castillo, la actriz mexicana, con Joaquín El Chapo Guzmán, capo chapo de la droga con nada de good man, es un tráfico entregado a la luz de los flashes, carne de telenovela sin novelar, pelín oscurita, de la que ahora nos llega la nueva entrega en la revista Proceso. La actriz ha publicado en ella la visión personal de este narcorrelato que arrancó con un tuit de medianoche, siguió con intercambio de correos e hizo cima cuando ambos se encontraron años después en mitad de la selva para platicar de sus cositas. ¿Cuáles? Bien sabemos que cuando la bestia sale a pasear con el carnero no es para desenredarle los vellones. En lo que a ella se refiere, un quevedismo: "soy, entre cojo y reverencias" dijo el escritor del XVII "un cojo de apuesta, si es cojo o no es cojo". Algunos preferimos escoger, y de la lectura del sentido informe en Proceso no terminamos de sacar en claro si la buena de Kate quería acabar ella solita con el narcotráfico mexicano o cerrar el negociazo artístico de su vida, Hollywood mediante.

Leída en frío, la historia parece de ficción. Porque el tipo es feo sabemos que es la realidad, pero dudamos de que lo sea cuando dice lo que dice, sacado de su guión romanticoide: "Eres lo mejor de este mundo. Te cuidaré como a mis ojos". Cuando uno se pone a emular en la vida real el lirismo tóxico de los culebrones, debería tener la precaución de no parecerse demasiado al tipo que sería en un plató. Kate, por su parte, rendida, encarna en esta secuencia que va ya por el quinto rollo a la inocente damisela en apuros enfrentada a su dilema: ¿acercarse o no al criminal de las manos de sangre?, ¿probar o no, ains, de su fetidez? Si esas manos te estrechan, lo harán también los muertos que en ellas viajan, después de haberles dado él a ellos el viaje de su vida.

Poco importa: todo sea por la paz en el mundo. O en el set de rodaje. Como quiera que sea, que triunfe el amor: "Señor Chapo, ¿no estaría padre que empezara a traficar con el bien?", lo interpelaba ella en el tuit que prendió la mecha. "Anímese Don, sería usted el héroe de héroes, trafiquemos con amor, usted sabe cómo". La Kate pacificadora decidió empezar por México, que viene a ser como ponerse a evangelizar empezando por los prostíbulos. Describe lo que sintió en su primer encuentro con Guzmán como un "mininfarto". La carne es débil, pero la de los débiles es de un endeble que asusta. Para qué indagar.

Internet, ese inventazo, tiene un lado perverso: en él también se publicitan los ilusos. Antes de su aparición, si uno tenía un cursi en casa sólo se enteraban los vecinos de bloque. Como Kate, desbridada, ya digo, no iba a estarse con miramientos ni lucidez, bordó su papel, que es en esencia el de una aquejada del síndrome de Estocolmo con tequilitas. Como mexicana está acostumbrada desde antaño a vivir, ¿a morir?, secuestrada por el ritual de la violencia, pero no ve en Guzmán al sucio carcamal que torturó y mató hasta a policías, sino al tierno Otegi de una fiesta de confraternización nacional donde no correrá la coca, sólo el flower power.

No vayan a creer, la historia tiene ramificaciones aquí en España: el súbito vegetarianismo de un depredador. Me refiero al autor de la novela que inspiró la serie con la que la actriz cosechó su fama, Arturo Pérez Reverte, que entrevistado por El País manifestó: "Kate es muy dueña de tener afectos y simpatías. No seré yo quien juzgue eso". Del líder de opinión que despellejó en Twitter a una maestra por perpetrar la villanía de una falta ortográfica en un examen, me esperaba yo más en este caso, donde la falta lo es de vergüenza, cívica y moral. Es la desproporción del juicio por la vía de los afectos: con la maestra en cuestión a Reverte no lo unían lazos emocionales. Ni ningún tipo de interés comercial.

Ahora El Chapo está en prisión. El amor le hizo cometer errores, el primero de ellos enamorarse. Encuentra su celda pequeña y sucia, como si no encajase con lo que su agencia de representación de actores le había garantizado que tendría. Lástima que fueran él y Kate, ambos ya de dramaturgia hasta las cejas, cada uno el sueño del otro, porque aquí sólo hay uno que haya sabido soñar despierto sin perder nada en el trance. Vive, como Kate, en California, pero a ella no le ha enseñado nada, empezando por la verdadera intención de su viaje, tan poco rocanrolera. Siendo vecinos y habiendo compartido algún mariachi, bien podría haberla advertido de lo que se le venía encima. Tiene experiencia en eso, pues vive de su buena reputación. De no tenerla. "Dentro de las muchas cosas que se hablaron", dice de él Kate, "le preguntó al Sr. Guzmán si podía escribir un artículo para la revista Rolling Stone, lo cual me sorprendió totalmente. Yo no tenía conocimiento alguno de esto". Pues sí, Kate, en efecto. Ése es Sean Penn.

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