Por José Luis Cuadrado

Los grandes hombres tienen un corazón débil. Hace unas semanas Larry Bird, la inolvidable estrella de los Celtics de Boston, declaró que “no ves muchos jugadores de siete pies (2,13 m.) y 75 años andando por la calle. Sé que hay unos pocos de nosotros que viven más tiempo, pero lo normal para la gente alta es no durar demasiado”. El infarto dijo hasta aquí hemos llegado a Marvin Barnes, Caldwell Jones, Roy Tarpley, Jerome Kersey, Anthony Mason, Christian Welp, Jack Haley, Darryl Dawkins, Roy Marble y Moses Malone. Todos nombres reconocibles de una NBA que levantó el vuelo en las tres últimas décadas del siglo pasado. Ninguno llegó a los 65 años, alguno ni a los 50. La muerte por ataque masivo al corazón a los 52 de un “unonoventa” como Dennis Johnson, compañero de Bird en los años deslumbrantes del equipo esmeralda, extiende la amenaza a los bajitos.

Sedentarismo y drogas son para los expertos las causas principales de tan baja esperanza de vida. Acostumbrados a una dieta contundente durante los años en activo, si, después de la retirada, las grandes moles no cambian sus hábitos alimenticios el riesgo de paro cardiaco se acentúa, incluso tras cualquier pequeño esfuerzo. La cocaína también hizo estragos. Unos esnifaban para jugar, otros porque no sabían que hacer cuando no jugaban. El pendenciero Marvin Barnes, llamado a ser una de las grandes estrellas de la NBA tras la desaparición de la ABA en 1976, mancillaba las noches de partido el legendario parquet del Boston Garden: le daba al polvo blanco sentado en el banquillo con la cabeza tapada con una toalla. En Italia, donde recaló a principios de los 80, fue arrestado por tráfico de drogas. La ayuda del embajador norteamericano le permitió abandonar apresuradamente el territorio italiano en taxi por la frontera yugoslava. Fue el contraataque más rápido de su vida.

Los médicos dan una tercera causa para estas muertes tan prematuras: el aumento de la dureza de la competición lleva aparejado un incremento de las arritmias cardiacas. El baloncesto finisecular se basó sobre todo en el contacto físico. Cuenta Bird en un documental sobre su trayectoria que cuando jugó su primer All-Stars Game un pívot rival se le acercó y le dijo que si seguía jugando tan duro no tendría una carrera larga. No tuvo mal ojo el profeta. El jugador de Indiana sólo gozó de nueve años buenos: de 1979 a 1988. Los problemas de espalda se cebaron en su cuerpo. ¿Quién no se acuerda del Bird del Dream Team en las Olimpiadas de Barcelona viendo los partidos bocabajo en el suelo roto por el dolor?

Larry Bird, la estrella del deporte desde el instituto, recuerda las derrotas por encima de los éxitos. Entrenó siempre duro para ganar el siguiente partido. Era su carácter. Poco dotado por la naturaleza para la práctica del baloncesto, su carrera fue un continuo perfeccionamiento. Largas sesiones de preparación y partidos a cara de pitbull. Correr más, saltar más, anticiparse más; no darle tregua al resuello sin acertar a ver que la muerte, inexorable e imprevista, puede, poco a poco, robarte la posición.

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