Por David Blanco Herrero

Los ataques en Bruselas nos han hecho revivir lo que hace pocos meses habíamos sentido tras la masacre de París. Que no era sino una repetición de lo ocurrido en Londres y en Madrid unos años atrás. Otro ataque que, no por esperado, pudo ser evitado.

Y hoy lloramos a las víctimas y nos solidarizamos con Bélgica. Como seres humanos no podemos hacer otra cosa. Pero tampoco podemos olvidar que más allá de Europa y de Occidente se siguen sucediendo los atentados, tanto o más dramáticos que el de la capital belga. De Turquía a Nigeria, pasando por Siria, Costa de Marfil o Libia. Debemos ser cuidadosos con nuestra eurocéntrica visión de la realidad y luchar para que no nos impida sentir dolor por las víctimas de países lejanos cultural y geográficamente.

Pero sabiendo que ninguna víctima vale más que otra, es cierto que el ataque de ayer no iba únicamente dirigido contra personas, sino también contra valores y principios. Son la solidaridad, la separación entre religión y estado, la seguridad, la libertad o la defensa de los Derechos Humanos. Son los valores que encarna una Unión Europea con sede en Bruselas. Son los valores que en los últimos meses en general, y en los últimos días en particular, nosotros mismos parecemos dispuestos a echar por tierra.

La política de rechazo a los refugiados, el cierre de fronteras o la islamofobia no hacen sino fomentar el odio de unos y otros. No se trata de levantar alambradas para que no entren los terroristas, porque solo frenan a otras personas que están huyendo del mismo o de otro terror. De lo que se trata es de evitar que nuestros propios ciudadanos o aquellos que se vuelven a nosotros en busca de ayuda sean discriminados, marginados y criminalizados. Se trata de evitar que aquellos que viven o quieren vivir con nosotros se conviertan en blanco fácil de la propaganda de unas organizaciones que consiguen lavar el cerebro a jóvenes a quienes nuestra sociedad ha dejado de lado.

El ataque de esta mañana a la mezquita de la M30 por radicales de extrema derecha nos muestra lo fácil que es dejarnos llevar por el odio y el miedo. Y por la ignorancia y la estupidez. Quienes acuden a esa mezquita a rezar no tienen nada que ver con quienes ayer pusieron bombas en Bruselas. Quienes acuden a esa mezquita a rezar tienen tantas posibilidades de ser víctimas en un posible ataque a Madrid como quienes vilmente lanzaron bengalas sobre el templo y desplegaron un cartel con el texto "Hoy Bruselas, ¿mañana Madrid?".

Los que lanzaron botes de humo y bengalas a la mezquita y los que ayer colocaron bombas en los medios de transporte bruselenses tienen muchas similitudes. Ambos fomentan el odio, se retroalimentan. El ataque de Bruselas hace soñar a los extremistas xenófobos europeos, porque ven un escenario en el que pescar votos para sus partidos políticos. El ataque de la mezquita madrileña hace sonreir a los terroristas, porque ven cómo se crea un caldo de cultivo ideal para captar más adeptos. Y tanto unos como otros tienen algo básico en común. El miedo. Son unos cobardes.

Por eso no podemos ceder al miedo. Debemos celebrar la vida, ser felices, viajar, reir y amar. Debemos ser libres y valientes. Eso no lo entienden los locos que quieren imponer su odio y su extremismo intransigente. Tienen miedo a la libertad. Por eso no podemos perderla cuando quieran imponernos su terror.

Rezo para que no haya más víctimas de la sinrazón. Y ojalá los dirigentes, la comunidad internacional y los cuerpos de seguridad del mundo consigan evitar futuras masacres. Pero la posibilidad de que puedan producirse no puede condicionar nuestra vida. No podemos ceder ante su chantaje. ¿Que esto es una guerra? Sed felices, generosos, respetuosos y valientes. Sed libres. Ellos no pueden ni soñar con esas armas.

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