Por María Inmaculada Muñoz Martín
Yo tengo que reconocer que sólo desde hace tres o cuatro días, cuando “milagrosamente” se proclamó por segunda vez, ¡por segunda vez!, campeón mundial de patinaje artístico sobre hielo, consiguiendo el oro en el mundial en Boston. Antes creo recordar que había escuchado algo, ... su nombre quizás, pero poco más. Ahora acabo de ver por internet su programa libre, poco más de 7 minutos cargados de perfección... y belleza.
No soy experta en esta disciplina, de hecho, no puedo evaluar correctamente la dificultad técnica que supone, (doble, triple axels,... para mi son saltos, me pierdo en esta nomenclatura), pero si me deleito contemplando esas piruetas imposibles, la armonía entre la ejecución y el compás de la música, cada gesto de expresividad, cada dificultad superada, y, en definitiva, aprecio el arte y me puedo imaginar el empeño y sacrificio que ha supuesto llevarlo a cabo.
Pero, ¿de donde ha salido este chaval? Es un país raro el nuestro, reflexiono en voz alta, de la nada salen auténticos genios sin apenas ayudas. No puedo dejar de pensar en otro caso similar: Severiano Ballesteros. En un deporte que nadie practicaba (ni siquiera conocía) como es el golf surgió él. En su momento no fuimos capaces de valorar convenientemente sus logros, pero hoy, muchos años después y justo cuando estoy empezando a convertirme en amateur novata de golf, valoro y me quedo impresionada observando su juego corto: admirable, único, irrepetible.
Por supuesto Javier merece todos los homenajes que institucionalmente le quieran dar (para eso tenemos nuestros políticos, auténticos genios) pero yo me quedo con mi homenaje particular: pienso seguir investigando sobre él, bucear en su vida, su trayectoria, y averiguar cómo se le ocurrió acabar en esta especialidad tan difícil y no pegando patadas en un campo de fútbol. Quizás no tarde mucho, apenas otros 7 minutos, tiempo que él nos regalo con su extraordinario ejercicio.