Por Pedro Peral

Una de las noticias más impactantes de los últimos días, difundida por EL ESPAÑOL, ha sido la propuesta del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de impulsar el cultivo de pequeños huertos urbanos para combatir la escasez de alimentos que azota al país sudamericano. Esta medida es el último desvarío de un régimen que, presionado por la caída del precio del petróleo, la corrupción y la ineptitud de sus dirigentes, agoniza. Resulta paradójico que Venezuela, siendo uno de los países más ricos de América Latina y del mundo, tenga que recurrir a plantar cebollas, tomates y alcachofas en los parques de su capital, Caracas.

De hecho, y puede que esto sorprenda a algunos, Venezuela posee las mayores reservas probadas de petróleo, estimadas en 316.000 millones de barriles recuperables. ¿Cómo se ha llegado a una situación tan catastrófica?

El motivo no es la acción de especuladores criminales como ha querido hacer ver el gobierno de Nicolás Maduro a la población. La clave está en la hiperinflación, cuyo origen se sitúa en la colosal incompetencia y la corrupción del régimen chavista.

¿Quién pierde y quien gana con este proceso? Los perdedores son los millones de venezolanos que han visto cómo sus ahorros en bolívares han perdido todo su valor en los últimos años y con ellos apenas pueden comprar comida. Los ganadores son el Gobierno venezolano y toda la clase privilegiada surgida en torno a él.

Ésta es la historia de cómo los ciudadanos de Venezuela, el país más rico de Latinoamérica, tienen que recurrir a plantar pequeños huertos urbanos en cada parcela de tierra para poder sobrevivir.

Si antes o después el régimen liberticida bolivariano se implanta en España podríamos ver crecer alcachofas en el Retiro madrileño de la mano de Pablo Iglesias. Esta no es una reflexión estrambótica de los comentaristas políticos, sino una posibilidad derivada del diabólico actual escenario parlamentario.

Tras el fracaso de Pedro Sánchez en su propuesta de investidura, el líder socialista mantuvo el miércoles un televisado encuentro con Pablo Iglesias tras el que quedaron evidenciadas las “rebajas” que Iglesias está dispuesto a conceder, incluida su paradójica “renuncia” a la vicepresidencia de un gobierno aun sin constituir. En su afán de facilitar la aceptación de los socialistas, admite la reducción del déficit a un ritmo distinto y la no derogación de la reforma laboral de Rodríguez Zapatero. Además, diseña una reforma fiscal menos redistributiva e incrementa el gasto público en 60.000 millones en vez de en 90.000. Queda pendiente el reconocimiento del derecho a decidir de las comunidades independentistas. Esta es una intensa “línea roja” marcada por el Comité Federal socialista. La astucia de los podemitas difuminará esta exigencia para que sea aceptada finalmente por el PSOE.

¿Alcachofas en el Retiro? El tiempo lo dirá, pero la sagacidad de Iglesias y la ambición de Sánchez pueden dar respuesta positiva a este interrogante.

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