El primer ministro canadiense Justin Trudeau/Jonathan Ernst/Reuters

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El Gobierno de Trudeau es un espejo donde mirarse

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Por Manuel López Sampalo, periodista (@mlsampalo91)

Tengo un amigo que emigró a Canadá. La semana pasada estuvo unos días en casa aprovechando un periodo vacacional. No perdí la ocasión para tomar una cerveza con él. Charlando y charlando, como siempre acabamos inmersos en temas políticos. Yo le puse al día del vodevil que es actualmente la política nacional. Él me habló ilusionado de un nuevo gobierno en Canadá liderado por un tal Trudeau, perteneciente al Partido Liberal.

Me contó cómo los liberales, haciendo una campaña honesta, dialogante y con promesas alcanzables, lograron escalar desde la tercera posición que les auguraban las encuestas electorales hasta alzarse con la mayoría absoluta. Todo un logro, ya que el Partido Liberal partía de 34 diputados en 2011, y ganó las elecciones de 2015 con 180 escaños. Así, el 4 de noviembre Justin Trudeau, hijo del mítico primer ministro canadiense Pierre Trudeau, se colocó al frente del ejecutivo canadiense, acabando con 10 años de políticas austeras del Partido Conservador.

Mi amigo me explicó que Trudeau pertenece a un partido, el Liberal, con gran tradición en Canadá. Una fuerza política socioliberal que no se posiciona a izquierda ni a derecha, y que ha hecho más que ninguna otra por el progreso y la unión del país: Implantó un sistema de sanidad universal y un plan de pensiones públicas, ha mantenido la paz y convivencia multicultural interna, ha afianzado una política multilateral exterior, repatrió la Constitución, legalizó el matrimonio homosexual, aumentó las libertades individuales y colectivas...

Preguntado acerca del tal Trudeau, mi querido amigo me comentó que Justin es un joven de 44 años cuyo oficio es el de maestro. Me lo describió como un tipo guapo, simpático, proactivo, feminista, dialogante, pacífico, y que hace políticas del siglo XXI. Trudeau quiere continuar el legado de su padre, asumiendo como señas de identidad el federalismo, el bilingüismo y el multiculturalismo.

Lo que más me llamó la atención de lo que me expuso mi amigo sobre el nuevo gobierno canadiense fue la política de acogida de refugiados: los liberales prometieron en campaña que si llegaban al poder acogerían 25.000 refugiados sirios, lo cual a día de hoy ya han cumplido. Para antes del fin de 2016 las previsiones son de que lleguen alrededor de 51.000 migrantes más. Otro punto que me asombró fue la composición del gobierno, que aunque aquí no comparto la multiculturalidad ni la paridad, ya que pienso que deben estar los mejores sin distinción de raza o género, sí aplaudo que los elegidos para ocupar las carteras ministeriales sean profesionales procedentes de sectores relacionados con el cargo que ocupan y no políticos profesionales e ignorantes en la materia. Por ejemplo el ministro de Exteriores fue teniente coronel de la policía, o el ministro de Transporte es un astronauta.

Otras políticas que preconiza Trudeau son: una reforma democrática en contra de la disciplina de voto y otra en el Senado que elimine el sectarismo y el clientelismo, bajar los impuestos de la clase media, la legalización de la marihuana, el derecho a decidir de la mujer, el apoyo al matrimonio gay, y desligarse de la coalición internacional liderada por EEUU en los bombardeos a Daesh, aumentado a su vez la implicación de Canadá en otros asuntos exteriores.

Quedé fascinado por lo relatado por mi amigo, e investigando por mi cuenta llegué a la conclusión de que Canadá tiene varias semejanzas con España. Los dos países están conformados políticamente por una monarquía parlamentaria, por otro lado, aunque la extensión territorial canadiense supera con creces a la española, la población no es dispar: Canadá tiene 36 millones de habitantes por los 46 millones de España. Pero sin duda la mayor semejanza la encuentro en los problemas referidos a las presiones secesionistas: en Canadá Quebeq, y en España País Vasco y Cataluña especialmente. En este menester, el gobierno liberal canadiense es ejemplar; ha hecho frente a dos referéndums de independencia (1980 y 1995), y en los dos se frustraron los intentos de separación de los francófonos quebequenses. Mucho hizo Trudeau padre por frenar estas ansias independentistas y lograr aunar sensibilidades. Entre otras cosas, los liberales promulgaron una Ley de Claridad ejemplar.

Con este escrito, mi intención no es pedir un gobierno calcado al de Canadá para nuestra nación, ya que no es posible extrapolarlo de un país a otro, que cada uno tiene su idiosincrasia. Lo que sí pido a nuestros políticos es que tomen nota, que se miren en el espejo de la Canadá de (los) Trudeau, y no busquen más en Portugal, Venezuela o Alemania; e importen algo de esa buena política socioliberal a España.

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