Por Ángel Zurita Hinojal

Comienzo a enhebrar estas líneas a las cuatro de la tarde, pocos minutos antes del encuentro a tres de Sánchez, Iglesias y Rivera, del que lo mejor que podemos (predicado sin sujeto) esperar es que fracase aun a riesgo de que el tal fracaso propicie una fuga hacia adelante del contumaz Snchz -a cuyo lado ZP a más de patriota se me antoja Churchill- y, no queriendo caldo, nos haga tomar dos tazas echándose en brazos de los leninistas-independentistas y nihilistas de toda condición, por el solo objetivo de ser presidente (lo de echar a Rajoy no pasa de requisito). No obstante, en lo que hace a estos párrafos lo que haya de salir de ese encuentro solo es pertinente en cuanto a la realidad constatable, no en cuanto a los futuribles y a sus consecuencias.

A Albert Rivera o lo que es lo mismo (que me perdone Girauta) a Ciudadanos le ha llegado la hora de la verdad, el instante supremo en que se ha de llamar pan al pan y al vino vino. Aquel en el que no vale lo que se dijo sino lo que se hace y lo que se propicia o impide.

A pesar de las contradicciones, hasta aquí le valió y le rentó el mensaje regenerador y de defensa de la soberanía única para España y para todos los españoles.

Hasta hoy sumaba en su cuenta de resultados el acuerdo en más de 200 puntos con un PSOE desnaturalizado y desnortado, por más que muchos de ellos fueran compartidos por el estigmatizado PP, al que la otra parte contratante ha negado más de veinte veces la mínima consideración de oír sus planteamientos y al que Ciudadanos le reprocha que no se siente a discutir y a negociarlos.

Pero la cada día más evidente expectativa de que aquel acuerdo no pase de papel mojado y la certeza de que en cada momento el objetivo de Snchz es lo que más le convenga al tal Snchz ya había puesto a Ciudadanos frente al espejo de sus contradicciones.

Si encomiable es el empeño de Ciudadanos en regenerar España, lo que propicia la mitad del eslogan de Snchz de conseguir un gobierno de cambio y de progreso, la mitad progresista no se cumple ni por asomo con la suma PSOE + Ciudadanos (¡Ay la vieja política!). ¡Y qué decir con la resultante de la alianza PSOE + Podemos + Ciudadanos!

Tengo para mí que el cambio y el progreso habrían llegado inevitablemente con la formación de un gobierno PP + PSOE + Ciudadanos con la fuerza suficiente para acometer las reformas tan necesarias en esta hora amarga de España. Creo que así lo entienden PP y Ciudadanos, pero cada uno por sus razones y con sus sinrazones ha remado en la dirección equivocada.

Pero esta semana, después de más de tres meses de interinidad y de vacío después del 20-D, se ha ratificado lo que ya era evidente: que a la tercera pata del banco que Snchz ha armado en su cabeza al exclusivo fin de llegar a La Moncloa no hay por donde agarrarla, que no hay que ser Einstein para creer que no se puede crear un partido político a partir de un movimiento de indignados, que hace falta pasta, mucha pasta imposible de juntar ni reuniendo a todos los indignados de España; que cambio y progreso no pueden consistir en tumbar a Rajoy y estigmatizar al PP; que de nada sirve predicar regeneración si tus aliados te exigen “ser la puta y poner la cama”.

Ya no vale reprochar al PP que no se siente a negociar. Porque hasta hoy el PP no ha tenido con quién ni qué negociar y desde hoy es evidente que aunque tuviera qué y con quién hacerlo, sería con gente sin seso en una esquina de la mesa y con exceso de sexo en la otra (¡Ah la erótica del poder!).

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