Por Francisco Miguel Justo
De Mario Conde dice la Wikipedia que a los veinticuatro años aprobó las oposiciones de abogado del Estado con la mejor nota de la historia de este cuerpo. La anécdota es apabullante e ilustra el carácter del exbanquero: cuando hacía algo lo hacía a lo grande. Todo es excesivo en este gallego nacido en Tuy; a los treinta y nueve años realizó la operación económica más importante de España hasta ese momento; a los cuarenta ya lo había hecho todo. En mis días bajos, cuando llueve y tengo que coger el coche para ir a la oficina, juego a compararme con personas como él, me digo ¿qué he hecho yo a mis cuarenta? La diferencia es tan inconmensurable que acabo por reírme a carcajadas o por llorar desconsoladamente, al final viene a ser lo mismo.
Sabía tanto de leyes que tuvo que inventar las suyas propias, por eso se metió en política y por eso terminó en el cárcel; el caso Banesto fue una muestra más de cuánto le gusta a este país encumbrar ídolos para luego arrumbarlos. Mario Conde hizo un viaje alucinante de la jetset a la prisión de Alcalá Meco. Lo único que le faltó al empresario gallego es trabajar para el servicio secreto británico, lo cual le hubiera convertido en una especie de Mata Hari de la democracia española. Siempre ha asegurado su inocencia y ha afirmado que fue víctima de un complot. La conspiración es la primera excusa de los paranoicos, todo el mundo conspira contra uno cuando uno es más inteligente que nadie. De aquí a cien años se descubrirá que tras la sentencia que condenaba a Mario Conde estaba Felipe González y nuestros nietos se reirán de nosotros. De momento sigamos jugando a la inocencia.
Le he visto muchas veces en televisión y siempre me ha parecido un tipo insoportable; alguien tan inteligente que parece rechazar su propia inteligencia, como si en lugar de utilizarla le estorbara en este mundo tan prosaico. Siempre parece medir la pertinencia o la calidad de las preguntas del entrevistador y responde con brevedad, desprecio o desdén manejando una mística de corbata y chaqueta. Antes estaba de vuelta porque era el mejor, ahora parece estar de vuelta porque lo ha visto todo.
Cuando salió de la cárcel escribió algún libro. Me llama la atención el título de uno de ellos: De aquí se sale, aunque hace referencia a la crisis económica no puedo evitar que el título me recuerde a su paso por prisión. También me interesa mucho este: La palabra y el Tao. La experiencia carcelaria vuelve a cada hombre hacia sí mismo y el resultado es devastador, pero en Mario Conde la cárcel yo creo que le ha vuelto más mediático, transformándolo de banquero a místico trajeado.
La inteligencia es tan peligrosa como la ignorancia, pero además la primera añade un hándicap: uno debe estar constantemente demostrando lo listo que es. Debe ser agotador ser extremadamente inteligente y estar constantemente demostrándole al mundo lo que uno vale.