Por Marta Teixidó.
Crítica de la exposición Dibujar Versalles: Charles Le Brun 1619-1690 en Caixaforum Madrid.
Cuando se visitan palacios y castillos, se observa el apartado más decorativo del arte. Techos, bóvedas y paredes sirven de soporte a la imaginación del artista, aunque su función real fuese la ostentación y una clara demostración del poder dominante.
Versalles es el ejemplo más claro de autoridad y gobierno, y especialmente de la grandeur francesa, algo que Charles Le Brun supo captar a la perfección, y que puede comprobarse en la exposición Dibujar Versalles: Charles Le Brun 1619-1690 que Caixaforum Madrid ofrece hasta el próximo mes de junio.
La muestra exhibe los trabajos y materiales que Charles Le Brun realizó para decorar la Escalera de los Embajadores y la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles durante el reinado de Luis XIV. Una obra perfectamente estructurada y calculada para que su contemplación en la perspectiva ofreciese belleza, gracia, armonía, y el correspondiente “efecto propagandístico”, para un monarca absolutista, que se comparaba a sí mismo con los dioses de la mitología.
Nacido en 1619 de padre escultor y modesto grabador de lápidas funerarias, y de madre de familia de calígrafos, el artista Charles Le Brun (1619-1690) pronto fue descubierto por el canciller Séguier, quien le otorgó su protección y lo envió a Italia. A su regreso, Le Brun multiplicó los trabajos de decoración en París y en Vaux-le-Vicomte, antes de ponerse al servicio en exclusiva de Luis XIV. Gracias al apoyo incondicional de Jean-Baptiste Colbert, Charles Le Brun fue primer pintor del rey desde 1664 hasta 1683.
El visitante contempla una obra desmesurada en la cercanía pero perfectamente apta para la lejanía. Basada principalmente, como ya se ha comentado, en la mitología griega, como símbolo de poder y grandeza, de dominio y control. Si bien la exposición se centra en las cuestiones técnicas, que más adelante comentaremos, el espectador se aparta en un principio de ellas, para admirar unas composiciones donde habilidad y creatividad implantaron formas y elementos de esplendor y magnificencia, sin ignorar la megalomanía de una época y de un rey que se sabía poderoso, tanto como Zeus en el Olimpo.
Siguiendo el dossier de prensa, "en la Escalera de Embajadores era el primer espacio de representación del poder del rey en Versalles: la escalera que conducía a los Grandes Aposentos del rey. Fue concebida alrededor de 1671 y decorada entre 1674 y 1679, desapareciendo en 1752, bajo el reinado de Luis XV. Mezclando ficción y realidad, creó un ambiente alegórico que representaba el regreso de Luis XV tras una de sus victorias militares. Alrededor del rey, dispuso las naciones de los cuatro continentes, los dioses de la antigüedad, victorias, amorcillos y artes: una representación monumental en honor y gloria del monarca absoluto".
Con respecto a la Galería de los Espejos, en la pintura europea, la tradición dictaba que la figura del rey se viera encarnada en una figura mitológica: Apolo, Hércules. Sin embargo, Le Brun presenta al rey a la cabeza de sus tropas, con una coraza antigua y una peluca moderna, actuando con los dioses y las alegorías. El techo de la galería narra la epopeya de Luis XIV desde la decisión del rey de gobernar por sí mismo, en 1661, hasta el final de la guerra de Holanda. Uno de los episodios más famosos de esta guerra, el Paso del Rin (1672), se muestra a través de los cartones tal y como se encontraron en el estudio de Le Brun.
Técnicamente, estas decoraciones pueden ser apreciadas con todo detalle gracias a los cartones preparatorios del pintor, los enormes dibujos a escala 1:1 que sirvieron para trasladar los contornos de los modelos a paredes y bóvedas. Dichos cartones fueron de uso común entre los siglos XVI y XIX, pero pocos han llegado hasta nuestros días. Los de Le Brun son la excepción: el Museo del Louvre conserva 350 dentro de un fondo de 3.000 dibujos que fueron requisados del estudio del artista a su muerte en 1690, y añadidos a las colecciones reales.
Los cartones están constituidos por varias hojas de papel de gran formato unidas, sobre las cuales el artista traza su dibujo con lápiz negro y tiza blanca —y, excepcionalmente, añadidos de sanguina—, y sirven para trasladar el modelo a la pared o a la tela.
El catálogo de la muestra, magnifico y perfectamente editado, es ya explícito de por si sobre esta exposición en la introducción realizada por Bénédicte Gady: Pintar la majestad. Esa es la clave de la muestra, y Charles Le Brun supo captar esa esencia del monarca.
Una muestra donde el arte y la política se dan de la mano, poder y grandeza son el temario y la vanidad y el absolutismo, razones de estado de una época única y de un monarca irrepetible.