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Individualismo en defensa propia

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Por Juan Jesus Fernandez Requena

Hay que defender el individualismo frente a la estupidez colectiva; frente a quienes convierten un chiste ocurrente o un meme de Whatsapp en su base de datos, en su principal fuente de conocimiento; frente a los políticos golfos, que no son todos; frente a los periodistas trileros, que tampoco son todos, que manipulan la bolita de la verdad a dos palmos de la conciencia de una sociedad adormecida, simplona y babeante; frente a la bochornosa y criminal mirada hacia otro lado de una mayoría creciente, o lo que M. L. King llamaba “la indiferencia de los hombres buenos”.

Hay que defender el individualismo frente a una sociedad mayoritariamente mediocre. Como ejemplo de esa sociedad valga lo que acontece en este tiempo en España. Nuestra mediocridad se conforma a partes iguales por la pérdida algunos valores esenciales como el esfuerzo; por la urgencia en la consecución de los objetivos, frente al desprecio por la dedicación y el tiempo necesario para fraguarse ética e intelectualmente; por la no asunción de responsabilidades; por la falta de espíritu crítico frente a la información falaz y maquiavélicamente diseñada; por la incapacidad absoluta para desenmascarar al salvapatrias nuestro de cada día; por la infantil creencia de que tenemos derecho a que todo lo que nos depare la vida ha de ser bueno, y que en consecuencia todo lo malo que nos suceda es culpa de los otros; por la insoportable facilidad para olvidar las cosas que no merecen el olvido...

Ante esta desasosegante pérdida de rumbo, ante la evidencia de que es esta sociedad la que ha de elegir el gobierno que nos guíe y las instituciones que nos rijan, cabe preguntarse ¿qué clase política podemos esperar?... Justo la que tenemos, una clase política con los mismos valores (y falta de ellos) que la sociedad de la que nace. Reconozco que mi reflexión no es nada nuevo. A eso se refería la manida sentencia de Churchill, cuando nos noqueaba con la afirmación de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece… y por extensión, las instituciones y los políticos que se merece. ¿Alguien puede dudarlo en nuestro caso?.

¿Por qué extrañarse, entonces, de la vergonzosa, insultante e invalidante cobardía de Rajoy, o de su falta de responsabilidad y visión de estado, impidiendo que otra persona de su partido lidere el proyecto que el partido debe ofrecer a la sociedad, o al menos a una parte de ella?.

¿Por qué extrañarse, entonces, de la inanidad y del buenismo heredado e impostado de Sánchez, y de su urgencia por ser expresidente (sí expresidente) a cualquier precio (¡a cualquier precio!), porque su insolvencia política y su falta de proyecto no dan para más?.

¿Por qué extrañarse, entonces, de este tal Iglesias, conocedor teórico de la endeble altura de miras y gusto por los engatusadores de medio pelo de esta sociedad española, que se encandila boquiabierta con sus poses, sus gestos de fotograma, sus aspavientos huecos y sus discursos de charlatán de feria que vende euros a cincuenta céntimos y que promete que vivir bien será totalmente gratis?.

¿Por qué extrañarse, entonces, de ese ingente ejército de nacionalistas que culpan a los otros, es decir a España, de sus males, y que han inventado (sin el más mínimo obstáculo) su historia, y la han enseñado en sus colegios, a toda una generación, que ahora, al parecer, está en disposición de elegir su futuro?.

Nadie nos dirá que, como sociedad, somos un fiasco. Ningún político cuyo futuro dependa de que lo elijamos nos dirá que, como conjunto, somos infumables. Ninguno de los medios que vive de la basura que reparte entre quienes la consumen ávidamente nos dirá que nuestros gustos a la hora de apretar el mando a distancia son, con demasiada frecuencia, un acto de coprofilia.

Tras cada proeza colectiva que nos venden para regalarnos el oído como pueblo, como conjunto... hay una individualidad. Ha sido la individualidad la que ha hecho que la historia de España se salve, puntualmente, de lo que Gil de Biedma definió como “la más triste de todas las historias”.

De tiempo en tiempo nos ha hecho falta un Cid Campeador, un Cristobal Colón, un Adolfo Suárez, o un Iniesta que nos subiesen la moral, aunque ninguno de ellos se hayan librado de la españolísima y miserable inquina de sus coetáneos. La sociedad española es una excepción a la Teoría de Sistemas de Bertalanffy, en nuestro caso la suma de las partes es menos que la suma de sus individualidades.

Frente a este frankestein (nuestra clase política) hecho con los peores retazos de nosotros mismos, sólo queda confiar en el individualismo, aun por surgir, capaz de zarandearnos, capaz de conquistarnos sin cuentos, y capaz de hacer que nos miremos en el espejo para ver nuestra decadencia, sin complejos.

La tarea se antoja quimérica, pero la realidad hace imprescindible el empeño.

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