Por Manuel Peñalver Castillo
La mañana del sábado 23 de abril, cuando el IV centenario de la muerte de Cervantes nos acercaba la historia y la literatura, la universalidad y la novela, el Siglo de Oro y el siglo XXI, recordaba aquel fragmento del capítulo XXXII de la segunda parte de El Quijote:
«Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y baja; otros, por el de la hipocresía engañosa, y algunos, por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra».
El poder y la política han formado siempre un matrimonio indisoluble; pero es cierto también que algunos políticos disimulan la ambición más que otros. La actual vicepresidenta del Gobierno en funciones, Soraya Sáenz de Santamaría, no ha hecho nunca del disimulo virtud y su afán de protagonismo y notoriedad no tiene límites.
«Quien se eleva demasiado cerca del sol con alas de oro las funde», decía William Shakespeare. «La ambición es el último refugio del fracaso», señalaba Oscar Wilde. En las circunstancias actuales, en las que el futuro de Mariano Rajoy es una incógnita, ha puesto sus cartas al descubierto y, aunque en voz alta dice que el presidente en funciones es su candidato para unas nuevas elecciones, en voz baja no duda en promover las intrigas de palacio y mover los hilos para conseguir su sueño: conseguir, antes o después, la Presidencia del Gobierno. El problema es que, si logra su propósito sin el voto de los militantes, la democracia interna del partido de la derecha quedará herida para siempre.
«El fin no puede justificar los medios, por la sencilla y clara razón de que
los medios empleados determinan la naturaleza de los fines obtenidos», argumentaba en el hexagrama de la sabiduría Aldous Huxley. Después de empujar al abismo a José Manuel Soria, el exministro offshore, ahora tratará de impedir que Pablo Casado, Núñez Feijoo, Cristina Cifuentes o Andrea Levy tomen la iniciativa en la carrera de la sucesión.
De aquella Soraya, que llegó a la entrevista que le hizo Nieves Herrero, para el Magazine del diario El Mundo, con vaqueros, una blusa blanca y unas botas marrones de plataforma, con tacón alto, y que posó para la portada con un vestido de gasa, escote y descalza, a la actual, hay más diferencia que la que indica el tiempo. Ahora no dirá lo que le confesó a la periodista: «Yo no quiero ser presidenta de nada; ni de mi comunidad de vecinos. Más que el poder por el poder, me gusta cambiara las cosas. ¿Idealista? Más bien realista en el análisis, pero realista en los objetivos».
La derecha española ha tirado por la borda cuatro años y ha desaprovechado una oportunidad histórica para hacer política, reformar la Administración, modernizar la nación, fomentar la investigación, la innovación y la digitalización de las pequeñas y medianas empresas y considerar la cultura y la enseñanza como referentes dilectos.
Esta desidia explica que el IV Centenario de la muerte del inolvidable Miguel de Cervantes vaya a pasar como pasa una pequeña nube. «Los pobres y la clase media trabajan para ganar dinero. Los pobres hacen que el dinero trabaje», aseveraba Robert Kiyosaki en los instantes del ayer que se tejen y se destejen en las avenidas del mundo. «¿Por qué los ricos se vuelven más ricos?», se pregunta en su columna. ¿Es capaz de dar una respuesta, siquiera técnica, el Partido Popular a esta pregunta, sin pasar por Cristóbal Montoro?
De la entrevista a la dama de Valladolid en una suite del hotel NH nacional, de cuatro estrellas, en el paseo del Prado, en plena glorieta de Carlos V, solo quedan metáforas perdidas en su propia contradicción. Aquella mujer tenía un lema, con palabras, que, al salir de su recuadro, navegan, lejanas y solitarias, en la soledad de sí mismas. «Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista; y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale».
Ha muerto Prince Rogers Nelson a los 57 años. Fue encontrado en su estudio de grabación en Paisley Park, Minnesota. En las esquinas del mundo suena una canción de los Brincos. En los invisibles anaqueles aparecen aquellos libros. El mar resplandece entre el alba y la noche. ¡Qué daría yo por la memoria en las orillas del olvido!