Por Ignacio Canales Montero

No puede uno evitar estos días rememorar aquellos avisos de Sorkin ante la radicalización del GOP arrastrado por el Tea Party.

"Soy lo que los líderes del Tea Party llaman un RINO (republican in name only) y es irónico porque es justo lo que pienso yo de ellos". Así comenzaba Will Macvoy uno de sus telediarios en la serie The Newsroom. A pesar de que Donald Trump no ha sido nunca miembro del Tea Party, las coincidencias son más que evidentes, y no fue otro sino el Tea Party quien cimentó las bases para el auge del ya candidato por el GOP a la Casablanca.

"Los republicanos creemos en un gobierno serio, en una economía de mercado y en la ley y el orden. El Tea Party cree en el amor a America pero odiando a los americanos" continuaba Macvoy en aquel programa. A continuación el presentador mostraba una serie de declaraciones de numerosos líderes conservadores. Destacaba esta afirmación, en la línea del make America great again de Trump, de Herman Cain: "el objetivo de los liberales es destruir este país, convertirlo en un país mediocre".

En los últimos días hemos visto a numerosos líderes republicanos (los Bush, Paul Ryan, Romney) desmarcarse del candidato de su partido. La propia Hillary Clinton publicaba en Twitter un vídeo con declaraciones de miembros republicanos mostrando un profundo rechazo hacia Trump. Se trata de una falta de apoyo que, paradójicamente, puede beneficiar al candidato republicano. He aquí la diferencia fundamental entre el Tea Party y Trump. Mientras uno solo es capaz de atraer votantes conservadores, el otro es un fenómeno político mucho más transversal. El discurso anti-establishment parece haber calado hondo en la sociedad americana y Trump, ante Hillary, será quien encarne ese discurso (sí, un millonario antisistema).

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