Pragmatismo catalán y orgullo vasco en Milán

Aficionados del Atlético de Madrid esperan la llegada del equipo a Milán/Daniel Dal Zennaro/EFE

Por Federico Echanove Guerra Del Río

Uno siempre ha sido más raro que un perro verde, para qué negarlo. Y es así que aunque ha vivido casi toda su vida a pocos metros del Bernabéu, casi siempre ha sido más bien colchonero que merengón. Y más de una vez eso le ha traído problemas, sobre todo cuando en, según qué lugares, se ha atrevido a mentar la bicha, el pecado nefando tan deliberadamente soslayado -cuando no oculto- por las instancias oficiales del madridismo como desconocido por el gran público: que el club de la calle Concha Espina fue fundado en 1902 por iniciativa... ¡de dos catalanes! Los hermanos Juan y Carlos Padrós, y que la primera sede del club estuvo en la trastienda del comercio textil que ambos regentaban en la calle de Alcalá esquina a Cedaceros.

Se llamaba “Al Capricho” y llegó a contar con 200 empleados; y de alguna relevancia en la vida social catalana gozaba la familia Padrós cuando incluso después de ser Juan el primer presidente del club blanco que la historia conoce y de sucederle Carlos un año después, aquél incluso fue diputado a Cortes en tres ocasiones a partir de 1910 por el distrito barcelonés de Mataró. Cuando a los integrantes de la parroquia blanca se les recuerda o se les descubre -wikipedia mediante- esta circunstancia, que pone en solfa el mito fundacional anticatalanista que da razón de ser día a día a buena parte del madridismo, algunos se quedan tan patidifusos o heridos en lo más hondo que su reacción suele ser imprevisible.

La verdad es que en el conocimiento y el trato con los orígenes los colchoneros nos diferenciamos -y bastante- de los merengues, pues en la historia oficial del club nunca se ha ocultado el gen vasco. Sabemos que luego se ha enriquecido con muchos otros aportes (casi nada hay en este mundo, por fortuna, puro y todos somos híbridos) y es algo que nos llena de orgullo. Y asumimos del modo más natural del mundo que nuestro nacimiento en 1903 fue consecuencia del deseo de un grupo de jóvenes patricios de Bilbao que estudiaban minas en la capital de España de crear allí una entidad filial del Athletic Club para enfrentarse a los blancos. Unas raíces atléticas que, guste o no, eran algo más aristocráticas que las merengues, predominantemente burguesas y precisamente por eso mucho más prontas a solicitar el favor de la Corona e incorporarlo a la denominación del club.

Y son esas diferencias genéticas las que en buena medida explican el distinto carácter de las dos entidades: hidalguía universal frente a pragmatismo mediterráneo, estoicismo ante la derrota en los colchoneros frente al resultadismo y necesidad perentoria del triunfo como condición de la propia existencia en el club blanco. Vamos, que en términos socioreligiosos diríamos que el Atleti fue siempre más católico en relación con la competición mientras el Madrid ha sido más calvinista. Lo que sirve también para explicar su distinto devenir deportivo y por qué, una vez voluntaria y noblemente desclasado y convertido el Atleti en el equipo predilecto de las clases populares, a partir de los años del desarrollismo el Madrid empezó a ganarnos casi siempre y se convirtió en hegemónico. Sí, ese carácter burgués y oportunista del Madrid, esa impronta mercantil que sin duda viene desde la época de los Padrós, le permitió con Bernabéu adaptarse mejor a los tiempos modernos, aprovechar mejor que nosotros las oportunidades que se le brindaron y convertir el Estadio de Chamartín en una mina de títulos, mientras que, pasado ya el tiempo de los hidalgos, el Atleti iniciaba con la presidencia del Marqués de la Florida un declive que sólo con el cholismo parece haber empezado a corregirse.

Y de todo esto se pueden extraer conclusiones: la primera, y obvia, que los madridistas no deberían avergonzarse tanto de sus orígenes, pues aunque renieguen de ellos tienen bastante que ver con su ser esencial y con sus triunfos. La segunda, que aunque sea por medio de esas corrientes subterráneas que siempre hay en la historia de los pueblos y que emergen con el fútbol a causa de su dimensión tribal, en la final de Milán no van a estar presentes sólo dos equipos madrileños, sino el pragmatismo catalán y la obstinación y orgullo vascos. O, en cierto modo, Ciudadanos y UPyD. Aunque, claro, esa es otra historia.