Por Mario Martín Lucas

Decía Tennessee Williams que “el tiempo es la distancia más lejana entre dos lugares”, y esa frase parece hecha a la medida para explicar la diferencia entre los dos encuentros mantenidos por Pablo Iglesias y Albert Rivera, con Jordi Évole como anfitrión, en su programa Salvados. Solo el paso del tiempo, y las cosas que suceden a su través, pueden explicar unas formas, y un fondo, tan diferente entre quienes se vieron las caras hace ocho meses en el bar del “Tio Cuco”, en el barrio barcelonés de “Nou Barris”, y estos días en la diáfana planta superior del edificio del Circulo de Bellas Artes, en Madrid.

Aquella experiencia vivida, hace ocho meses, entre dos líderes jóvenes, sonrientes, dispuestos a compartir las soluciones de los problemas que asolan a la sociedad española, se ha vuelto hosca y huraña, hasta importar las peores prácticas de lo que ellos mismos llegaron a llamar “vieja política”, sin dejar tiempo para que el otro argumentara. Lo que fue buscada cercanía entre Iglesias y Rivera, casi hombro con hombro, compartiendo aquel café, ha sido sustituida por una fría distancia solo mitigada con dos austeros vasos de agua, sitúandose ambos en los bordes más alejados de una mesa que recordaba a las esquinas opuestas de las que partían los combatientes en un ring de boxeo.

Aquellos “chicos buenos”, se han revelado como unos “malotes” solo dispuestos a imponer sus propios planteamientos, sin dar opción a escuchar los argumentos del otro.

Tras su primer cara a cara televisivo ambos fueron decretados, por la sociedad española, como ganadores, siendo capaces de generar un cierto entusiasmo por hacer visible otra forma posible de hacer las cosas. Pero tras este segundo debate, ambos son perdedores sin paliativos, sin haberse atrevido a cruzar el umbral de luchar por convencer a quienes no piensan ya como ellos, sino con una estrategia dirigida, exclusivamente, a los que habitan sus propias ideas, ya convencidos.

Parece que ya no hay representantes de la “nueva política” y de la “vieja política”, sino que donde antes había dos partidos políticos que se alternaban en el poder, a base de bipartidismo -PP y PSOE-, ahora son cuatro, donde, de dos en dos, se distribuyen los espectros “centro derecha” y “centro izquierda”. Es una pena que las nuevas formaciones aparecidas en nuestra política no hayan sido capaces de priorizar los terrenos en los que sí eran posible acuerdos en base a sus espacios comunes, consensuando en temas clave: regeneración democrática, políticas anticorrupción, independencia de la Justicia, eliminación de los privilegios (aforamientos, adecuado dimensionamiento de la administración), control del fraude fiscal, corrección de la desigualdad social, etc…

La frase pronunciada en el bar del “Tio Cuco” hace ocho meses: “como esto siga así nos presentamos juntos a las elecciones”, ha quedado tan amarillenta y desvaída, que parece que fue hace un siglo cuando se enunció. Hoy lo que queda claro es que Ciudadanos y Podemos formarán parte, cada uno, de la oposición de la mayoría política en la que el otro esté, y que lo dicho hasta ahora por las bocas de sus líderes, por muy duro, o grosero que haya parecido, solo será el aperitivo de lo que nos espera.

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