Por Mario Martín Lucas
La mayor evidencia tras el debate televisivo mantenido el pasado día trece de junio, fue la liturgia emprendida por los cuatro partidos para promulgar como ganador del mismo al líder de su formación. Así, a la salida del evento se repitieron idénticos tics, llenos de sonrisas, abrazos y signos de victoria, acompañando a los protagonistas hasta sus respectivas sedes, donde grupos de incondicionales sirvieron de público ante los últimos mensajes de sus candidatos, ya en la madrugada.
El presidente en funciones, Rajoy, aparecía en un formato de este tipo por primera vez y fue fiel a la previsibilidad de la que tanto presume, comenzando por su clásico look: traje oscuro y corbata azul, minimizando los riesgos, refugiado en el argumento de la herencia recibida hace cincuenta y dos meses, enunciando “lo difícil que es gobernar” frente a quienes considera unos aspirantes sin experiencia.
Supo salir vivo del debate, y ese fue su mérito, aunque las referencias a la corrupción, dispararon una multitud de gestos en su cara, fuera de control. Llamativa fue la pregunta que hizo a Albert Rivera sobre el dinero B, de acuerdo a lo comentado por él en una entrevista televisiva. Su alegato final pecó de falta de emoción y empatía.
Pedro Sánchez repitió atuendo similar al del debate de diciembre: traje azul, y corbata roja de nudo fino, sobre camisa blanca, siendo el único que llegó acompañado de su pareja hasta el mismo lugar del debate. Dejó muestras evidentes de ir más necesitado de lograr un cambio de inercia en el desarrollo de la campaña; sus ataques a derecha (Rajoy) e izquierda (Podemos), más si cabe, fueron constantes, con demasiadas referencias al pasado en forma de reproches, sobre la falta de apoyos logrados en su fallida investidura a presidente del Gobierno en el mes de marzo.
Quizás su mayor déficit estuvo a la hora de expresar lo que haría diferente hacia el futuro, resultando excesivamente inconcreto a la hora de responder a la cuestión de su política de pactos poselectorales. A destacar la tibieza en sus referencias respecto de Albert Rivera, que fue recíproca, dejando deslizar una cierta vigencia de el Pacto del abrazo.
Albert Rivera si optó por otro look en este debate, dejando atrás la corbata y evitando el uso de camisas azules, fue sin duda el que mostró un mayor cambio de registro respecto de debates anteriores, conteniendo la excesiva comunicación no verbal de su cuerpo en los momentos en los que no hacia uso de la palabra y peleando nuevos posibles votos, tanto a derecha, como a izquierda.
Con referencias a la corrupción en sus ataques a Rajoy, acertadamente escenificados con el uso de cartulinas, visibles para el espectador, que soportaban bien gráficos, bien textos, como el de los famosos SMS enviados por el presidente del Gobierno, desde Moncloa, a Bárcenas -“Luis, lo sé, se fuerte”-, que consiguieron hacer mella en el líder popular, especialmente cuando le sugirió que diese un paso atrás por el bien del país: “Le doy un consejo: le pido que reflexione. Abramos una nueva etapa”. Todo ello sin perder la vista de Pablo Iglesias, cuya alternativa calificó, reiteradamente, de "populista", intentando asignarle el perfume de la incertidumbre.
Pablo Iglesias acudió en mangas de camisa, aunque sin los cuadros que parece haber desterrado a favor de las lisas, y sin la corbata con la que últimamente se había dejado ver; volviendo a demostrar un gran control del medio y de los debates en sí, optando por un tono tranquilo y amigable, que solo se permitió abandonar al repetir constantemente a Pedro Sánchez: “Te equivocas de enemigo, el enemigo es Rajoy”, aunque el objetivo de sus ataques no fue el representante del partido sobre el que pone el foco de sus objetivos de pacto, ni siquiera el presidente en funciones, Rajoy, sino Rivera, demostrando que nada queda del buen rollo mostrado entre ambos hace solo unos meses.
Su minuto de oro, de nuevo, fue el mejor de los cuatro candidatos, si bien, esta vez le faltó la emoción que sí supo administrar con ocasión del 20-D. Toda su puesta en escena pareció planteada para mantenerse en la misma situación en la que entró al debate, sin asumir excesivos riesgos, quizás confortado en los datos de las últimas encuestas.
El único debate a cuatro de estas elecciones del 26-J ya es historia, lo fué cuando quedaban trece días para que los ciudadanos españoles depositaran su voto y, ante lo visto, pocos indecisos, del 30% que aun manifiesta no tener decidido el sentido del mismo, lo habrán podido definir.
El formato resultó excesivamente rígido, sin posibilidades de verdadero contraste de argumentos, más que un debate pareció una sucesión de monólogos y más interesante que lo que se dijo, fue la expresión gestual de los candidatos, pasando del apuro, al control; de la esperanza, al vértigo; y de la incertidumbre a la seguridad. Fué un solo debate, pero resultados hay, al menos, cuatro diferentes, tantos como equipos de asesores tienen quienes acudieron a él.