Por David Blanco Herrero, @ddad713

Hay 197.245 personas que el 26 de junio están llamadas a las urnas por primera vez. El 20 de diciembre no tenían aún 18 años, por lo que muchas de ellas se estrenarán dentro de unos días en el derecho básico de la democracia. En ese derecho no se estrenará mi abuela, pero sí vuelve a ejercerlo tras muchos años ausente de su cita electoral.

Mis abuelos fueron juntos y llenos de ilusión a votar por Suárez en las primera elecciones democráticas tras la Dictadura. Era el año 1977 y las únicas nociones de democracia que tenían no eran más que algunos recuerdos de su niñez y la clase acelerada que supusieron los primeros años de la Transición. Mi abuelo hace mucho que no está y mi abuela no ha vuelto a votar. Eso, a pesar de mi insistencia en las últimas convocatorias, en las que siempre me topé con su desencanto y con su “todos son iguales”.

Pero donde yo fracasé, triunfó mi hermana. Tiene 21 años, acaba de terminar la carrera de Derecho y le gusta salir por la noche; no es especialmente activa en política, pero sí es consciente de lo que significa ejercer sus derechos. Sabe lo que quiere y, sobre todo, sabe lo que no quiere. Por eso, tras votar en su colegio electoral, acompañará a mi abuela al suyo.

Mis padres también acudirán a las urnas. Ellos han sudado la camiseta toda su vida, trabajando duro, que es lo que tenemos que hacer los que no tenemos cuentas en Suiza ni en Panamá. Son dos personas bien informadas que sé que, elijan lo que elijan, lo harán con coherencia.

Yo no esperaré al domingo. Yo voto el viernes porque vivo en otro país y, tras un largo proceso de ruego del voto, acudiré a depositar mis papeletas en la urna disponible en la Embajada. Vivo en una capital europea, por lo que en menos de una hora puedo llegar a la Embajada y votar; muchos otros emigrados lo tienen más difícil y, dadas las dificultadas y trabas del proceso, más del 90% de españoles que viven en el extranjero se quedarán sin sufragio una vez más.

En mi familia vamos a votar de maneras muy distintas, con intereses y nociones diversas, pero siempre intentando acertar en lo que es más adecuado para nosotros, para los nuestros y para todos. Es posible que nuestros votos apoyen candidaturas opuestas, pero eso es la democracia. Lo importante es que todos habremos votado con responsabilidad y raciocinio, considerando nuestras opciones y actuando en consecuencia.

Nunca he sido muy bueno en lo de las generaciones, pero parece claro que aquí tenemos al menos tres. Tres generaciones que acudiremos a las urnas porque sabemos la importancia que eso tiene.

Y junto a las generaciones que nosotros representamos, todas las generaciones del país, que están llamadas a votar este 26-J. Ya lo hicimos hace seis meses y ahora debemos volver a hacerlo. O lo que es lo mismo, lo que los ciudadanos decidimos en diciembre fue inútil y nuestros representantes malgastaron nuestro voto, nuestro tiempo y nuestro dinero.

Volver a las urnas puede considerarse en cierta medida un fracaso. En gran medida, depende de nosotros que eso no vuelva a ocurrir. Y para eso hay que ir a votar. Y quizás el día 27 el panorama no haya cambiado mucho; puede incluso estar peor. Pero será nuestra decisión. Y solo si nosotros hemos cumplido con nuestros deberes podremos exigir a nuestros representantes que hagan lo mismo.

Por eso el domingo, desde todas partes, jóvenes, adultos y ancianos estamos llamados a decidir el futuro de nuestro país. Es nuestro derecho, pero también nuestra responsabilidad. Lo que ocurra a partir de ahora está en nuestras manos.

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