Por Mario Martín Lucas

El experimento le salió rana a Mr. Cameron. Es probable que la decisión de convocar un referéndum sobre el brexit lo cocinara en las horas posteriores a su éxito en la consulta escocesa, animado por su ego y la proyección que se hacia de si mismo, como gran demócrata en su propia imagen, poniendo urnas en las calles para decidir sobre un tema tan delicado, pero logrando los resultados que él ambicionaba. Si lo había conseguido una vez, porque no sucedería lo mismo en el caso de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Además, mientras tanto, ello le daría un importante armamento persuasivo ante Bruselas, para negociar un nuevo estatuto británico dentro de la Unión, cuyos detalles siempre se plasman en dinero, argumentado en la defensa de la, tantas veces esgrimida, “diferencia británica”.

Pero la tranquilidad que se insuflaba desde los estamentos oficiales, incluido el BCE, en los días previos a la consulta del Brexit, han saltado por los aires y la mayoría de británicos ha dicho no a la Unión Europea. Pero realmente, ¿alguien puede estar sorprendido de verdad?

La Unión Europea hoy es un ente dominado por burócratas que no levantan la más mínima pasión. Los perfiles de sus más altos representantes son funcionariales al máximo y sus enunciados no logran enganchar a la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos que hoy viven peor que hace diez o quince años, sin soluciones reales a la crisis que sufren. Mientras, los sueños que una vez representó la bandera de Europa parecen viejos recuerdos olvidados en un estante, sometidos a los intereses comerciales de las grandes corporaciones, que parecen ocupar, en exclusiva, los desvelos de Tusk, Juncker, Dijsselbloem, Schulz o Draghi.

Un país con tanta raigambre y tradición democrática, como el británico, abandona el barco europeo, en un viaje en el que todos parecemos retroceder años, si no siglos.

Lo peor de todo está en sus causas y en los efectos. Las causas son la falta de proyecto vital que hoy supone la Unión Europea, sometida de facto a la dictadura que supone el dominio alemán, sin entender desde Berlín que cualquier liderazgo exige una visión del conjunto y no la priorización de una parte, la suya exactamente, sobre el interés general; con su negativa a la necesaria mutualización de la deuda europea y las reticencias a asumir la unión bancaria, como parte de un proyecto de federalismo europeo, con unión política y fiscal de facto. Unión es unión, solo lo bueno no es una opción y esa parece ser la elección en la que está “engatillada” Alemania y su corte de funcionarios en las instituciones europeas.

Los efectos inmediatos son ya las incertidumbres, las caídas bursátiles, la volatilidad en los mercados, de las que no se escaparán millones de pequeños ahorradores a través de sus planes de pensiones y fondos de inversión, además de más inestabilidad política. Pero también, un efecto contagio que ya ha llegado hasta Francia, donde Le Pen promete convocar un referéndum para la salida de Francia de la UE, seis meses después de que llegara al poder e igual que Escocia para volver a convocar nueva consulta, entre otras cosas porque en su territorio sí se ha votado a favor de permanecer en Europa. El euroescepticismo, diversas formas de independentismo y el populismo seguirán aumentando, fundamentalmente porque el proyecto europeo no ha sabido dar soluciones a las necesidades de la gran mayoría de ciudadanos, y la gente las busca más allá de quienes han defraudado, no solo sus sueños, sino sus expectativas en sus proyectos de vida. Sobran funcionarios y faltan verdaderos líderes capaces de crear otra realidad.

Desgraciadamente las palabras que pronunció Victor Hugo, en el Congreso de París, en 1849, no se han llegado a cumplir:

“… un día vendrá en que habrá dos grupos inmensos, los Estados Unidos de América y los Estados Unidos de Europa, situados uno frente al otro y se tenderán la mano sobre el mar. En el siglo XX habrá una nación extraordinaria que tendrá por capital París pero no se llamará Francia, sino Europa”.

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