Por Alejandro Pérez-Montaut Marti, @alejandropmm
Seis meses después de una cita electoral que supuso grandes quebraderos de cabeza para las principales formaciones, unas nuevas elecciones se han celebrado consecuencia de la falta de acuerdo entre los líderes políticos. El ego de algunos y la ambición desmesurada de otros, impidieron la puesta en marcha de un Gobierno estable en nuestro país. El pasado 26-J se escenificó entonces lo que ninguno podíamos prever si reparábamos en las inservibles encuestas: el hartazgo de la sociedad civil ante una nueva casta política que no solo no sabe gestionar, sino que además ejerce el totalitarismo más descarado, buscando sus propios y mezquinos intereses.
Todos los partidos, salvo el PP, han perdido votos. En este país, sin embargo, ningún dirigente político se ha dignado a dimitir al conocer los resultados electorales. A día de hoy, en la sede de Podemos nadie se aventura a cuestionar el indiscutible liderazgo de Pablo Iglesias, que, habiendo confluido con el comunismo más caduco y rencoroso, se niega a hacer autocrítica al ver que su amalgama ideológica pierde un millón doscientos mil votos. Una buena parte de su electorado, cansado de ser tratados como ganado ovino, dieron el pasado domingo la espalda de manera contundente a Unidos Podemos. Ante esa inesperada pérdida de apoyos, a Iglesias solo se le ocurre celebrar una fiesta con cánticos comunistas en la cual amenaza a los "poderosos" con su llegada tarde o temprano.
Esos poderosos de los que hablaba el líder de Podemos en tono despectivo debían de ser aquellos ciudadanos que decidieron no votar a Unidos Podemos, aquellos sobre los que por el simple hecho de pensar distinto cayó esa maldición de pitonisa televisiva que pronunció Pablo Iglesias. La formación morada -y digo morada porque de roja ya tiene poco-, achaca su tropiezo a un triunfo del miedo infundido por el adversario, sin dedicar sus esfuerzos a restaurar los pasos efectuados y analizar cuál pudo ser el errático.
Y no han sido pocas las polémicas en las que se han visto involucrados los dirigentes morados. Por ejemplo, el nombramiento a dedo de Julio Rodríguez como cabeza de lista por la provincia de Almería fue una actuación incoherente con el guión moral del que tanto alardea Podemos, pero Iglesias, cegado por la divinidad que se atribuye constantemente a sí mismo, pensó que no sería un asunto de enjundia hasta que ayer a las doce de la noche, el ex-JEMAD se quedó fuera del Congreso. La suerte no parece estar de parte de Julio Rodríguez. Tampoco parece haber aportado grandes ventajas electorales a Iglesias el ser el mamporrero oficial de Arnaldo Otegi, que no dudó ayer en hacerse una fotografía ejerciendo su derecho a voto. Sí, uno de los tantos derechos que su banda arrebató a cientos de personas que buscaban un camino alternativo al del terror y la violencia.
Nombres aparte, no podemos pasar por alto la actitud de los diputados de Podemos en el Congreso de los Diputados durante estos últimos meses de legislatura. Iglesias sacó a relucir su despotismo oculto, y, con aires de tertuliano de un programa de prensa rosa de sobremesa, intervino en varias ocasiones sin tomar consciencia de dónde estaba ni de cuál era su objetivo en esa tribuna de madera. Así, disparando a diestro y siniestro y ejerciendo un burdo sensacionalismo impropio de la política seria, la oratoria y el aparente buen hacer del líder morado, quedaron en varias ocasiones en el subsuelo de la indecencia.
Los promotores del cambio tampoco parecen haber aprobado el examen electoral, pues en aquellas capitales donde en teoría empezaba a gobernar la mal llamada por ellos "gente", es donde más votos han perdido. Quizá sea consecuencia de la experiencia vivida, que no ha sido del todo grata para la sociedad civil que se ha visto a merced de los caprichos y la tiranía de sus dirigentes. Un ejemplo claro es el de la Comunidad Valenciana, donde el tándem Puig-Oltra pretende borrar la libertad educativa de la mente de aquellos a los que un día creyeron sus siervos. El ojo de Pablo, que a priori todo lo veía, ha resultado estar afecto de miopía severa.
Por otro lado, Pedro Sánchez, inmerso en su delirio habitual, respiró tranquilo al ver que el sorpasso del que tanto hablaban las encuestas resultó ser solo una quimera. Sin embargo, la buena noticia de conservar la segunda posición no debería excusar al Partido Socialista de hacer autocrítica, pues sus más de cien mil votos perdidos no le auguran un futuro muy prometedor si sigue por esta senda. La terquedad de Sánchez en la pasada legislatura le ha pasado una abultada factura. Con cinco escaños menos, su electorado le manda un mensaje claro, invitándole por última vez a la moderación y a ejercer el diálogo con las fuerzas constitucionalistas.
La servidumbre prestada a los radicales desde las pasadas elecciones autonómicas y municipales no es el camino a seguir, y Sánchez y los suyos parecen no percatarse de ello. Como ya dije hace meses, el voto moderado va volando poco a poco, dejando atrás el viejo nido socialista, y no aterriza precisamente en la izquierda radical, por mucho que Sánchez quiera creerlo, sino que busca otra opción que asegure la libertad y que lleve por bandera el sentido común.
Eso es algo que, no obstante, todavía han de descubrir en Ferraz, pues en plena resaca electoral y valorando positivamente los cada vez más desastrosos resultados cosechados por el PSOE comicios tras comicios, un César Luena desdichado aseguraba que seguirán negando a Mariano Rajoy y al PP la posibilidad de gobernar. Tremendo error sería el que, por culpa de los socialistas, España se viese una vez más sumida en un bloqueo como el que ha sufrido durante los últimos seis meses. Podemos decir que si algo define a los socialistas de la era de Pedro Sánchez es el pensamiento y la actuación populista, pues se dotan de una autoridad moral inoportuna, viéndose legitimados para exigir la salida de la Moncloa del único candidato que ha aumentado su apoyo en estas elecciones. Por tanto, alguien debería decirle a Pedro Sánchez que despierte de su letargo, deje de perseguir esa codiciada Presidencia y empiece a hacer algo útil por su país, que para eso le han votado.
El mapa político en España sigue fragmentado, pese a que algunos ansiaban dominarlo, pero los españoles hemos hablado alto y claro. El rechazo al populismo de todo a cien se va palpando en el seno de la sociedad civil, que, harta de la demagogia comunista, empieza a desvestir a ese monigote, que empuña la hoz y el martillo, pero que se encuentra cuidadosamente cubierto por unas telas que le dan un aspecto socialdemócrata. La libertad, finalmente, se impone y supera ya con creces al populismo. Los partidos que creen en la democracia y la libertad tienen hoy la oportunidad de dejar a un lado sus diferencias para así acometer las reformas que nuestro país necesita. A Pablo Iglesias, sin embargo, le diría que se reconciliase consigo mismo y con su caduca ideología, que no aportaría precisamente la sonrisa de un país, sino la de unos pocos.