Por Federico Echanove, @fedechanove

No pudo ser. Pese a llevar a cabo en Madrid una entusiasta campaña -en la que quien escribe estas líneas colaboró puntualmente como voluntario- y contar en la lista que encabezaba Gorka Maneiro con gente de la talla de Maite Pagazaurtundúa o Fernando Savater para revitalizar el proyecto, UPyD no ha conseguido volver al Congreso de los Diputados.

Y no por esperado, el desenlace ha sido menos doloroso para quienes seguimos creyendo que UPYD continúa teniendo mucho que decir en la política española y que sería muy beneficioso que siga teniendo algún tipo de influencia, precisamente porque no es lo mismo que Ciudadanos. Sobre todo, porque los resultados han estado tan alejados del objetivo de que Gorka Maneiro entrara en el Congreso que si no se rectifica el rumbo de alguna manera en los próximos meses, los magentas corremos el riesgo de terminar igual que el CDS, arrastrándonos por las urnas elección tras elección y dilapidando todo el prestigio y capital político acumulado por una formación que fue pionera en la regeneración democrática y la lucha contra el bipartidismo.

Y todo ello con el peligro añadido de que andando el tiempo cualquier aventurero se apodere de la marca, como ya sucedió en el partido fundado por Adolfo Suárez cuando se adueñó de él por algún tiempo Mario Conde. Y uno, que también anduvo por allí, no quisiera que la historia se repitiera.

Y es que desde que con la complicidad de más de un medio de comunicación el partido de Albert Rivera nos sacara del tablero, volver a la primera división del Congreso, aunque se mantenga representación en 140 ayuntamientos, en el Parlamento Europeo y en el Parlamento Vasco, supone una barrera difícil de franquear, si bien es cierto que estas elecciones han estado muy mediatizadas por el voto útil y el retorno al bipartidismo del miedo de PSOE y PP: en ese sentido es muy significativo que ni siquiera en los municipios en que UPyD aún tiene concejales se haya logrado retener apenas apoyo electoral.

Pero dicho esto, sería erróneo pensar que UPyD es una marca totalmente gastada y acabada, como algunos se empeñan en pregonar. Precisamente si algo ha podido comprobar uno en la calle en esta campaña, además de en las conversaciones que ha sostenido con familiares y amigos, es que la gente sigue guardando un gran recuerdo de UPyD, que son muchas las personas de los más variados estratos sociales que siguen considerando muy conveniente que mantenga representación aunque voten a otros y que salvo en sectores muy localizados de la izquierda y en el mundo del nacionalismo lo magenta no genera rechazo sino simpatía.

Porque el gran problema de UPyD en esta campaña ha sido que tras la debacle del 20D y la confusión creada por el paso atrás dado por figuras tan capitales en la anterior etapa como Rosa Díez, a la nueva dirección que tomó las riendas en abril encabezada por Maneiro le faltó tiempo para que muchos de quienes nos votaron en otras ocasiones se enteraran siquiera de que seguíamos en liza. Y también faltaron recursos, y también seguramente se podía haber hecho, una campaña mejor organizada y algo más audaz y agresiva en la que hubiesen quedado más nítidos los perfiles y la brillante ejecutoria magenta.

Pero no nos engañemos: por bien que se hubieran hecho las cosas, a la vista de unos resultados tan exiguos es más que dudoso que hubiésemos alcanzado el objetivo. Y ante las próximas citas electorales de otoño en Galicia y el País Vasco, entre las que la segunda tiene particular relevancia por mantener ahí UPyD con Maneiro representación, también es muy improbable que el panorama cambie si nos empeñamos en volver a concurrir en solitario.

Y tendrán que ser los órganos del partido a nivel regional y nacional los que vayan tomando decisiones respecto al mejor modo de concurrir, si es que se decide hacerlo, a esos y otros comicios, pero frente a algunas voces aisladas que ya han comenzado a hablar de cambios de siglas que desnaturalizarían a UPyD, somos muchos los que creemos que este proyecto no hay que refundarlo, sino comenzar a explorar de una vez con naturalidad la posibilidad de colaborar electoralmente con otros partidos mediante acuerdos que permitan que preservando su identidad, estructura, programa, capacidad de actuación y esencia, UPyD pueda seguir estando representada en las instituciones y seguir influyendo en la política española.

En ese sentido, las elecciones en el País Vasco (que tanta importancia tiene en el ADN magenta), y en donde el bloque constitucionalista se encuentra debilitado, confuso y dividido frente al PNV, Bildu y la marca vasca de Podemos, constituyen una excelente oportunidad. No olvidemos nunca que entre las señas de identidad de la mejor UPyD siempre estuvo la transversalidad y la audacia, y nunca la cerrazón del partido sobre sí mismo y la temerosidad.

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