Por César Sampedro Sánchez

“¡El horror!, ¡El horror!”, las palabras de Kurz, ese personaje enigmático al final de El corazón de las tinieblas resumen a las perfección el sentido de los conflictos. La novela de Joseph Conrad es toda una alegoría del imperialismo, cuando Europa expoliaba África entera. Por eso el protagonista de la misma, Marlow, se introduce en el corazón de los horrores, el Congo belga, explotado salvajemente por el rey Leopoldo II de Bélgica durante el siglo XIX. Todos los personajes son un símbolo relacionado con el espanto de la colonización: el arlequín, que representa a la comunidad internacional que se admira por los logros de la colonización y permanece pasiva ante la barbarie en África; el señor Kurtz, que representa la ambición de la empresa colonizadora disfrazada bajo la aureola de la civilización. Son abundantes las referencias al explorador británico Morton Stanley.

Los horrores del imperialismo del siglo XIX no difieren mucho de los del siglo XX. Por eso tal vez Francis Ford Coppola se inspirara en el relato de Conrad para producir con los mismos símbolos en un escenario moderno Apocalipsis Now en el marco de la Guerra de Vietnam, película que, he de reconocer me hipnotizó por completo desde el primer momento. Esa banda sonora de Wagner, o el naranja del napalm utilizado por primera vez en un conflicto, representaban a la perfección todo lo que era el salvajismo de la guerra. Esta vez era capitán Willard (Martin Sheen) quien se introducía en el corazón de Vietnam para localizar al capitán Kurtz (Marlon Brando), descubría el horror de la guerra y del imperialismo americano.

Y de nuevo en 2003. El informe Chilcot sobre la Guerra de Irak, recientemente publicado, nos lo describe según hemos podido saber por algunos fragmentos, como un relato novelesco pero absolutamente real. Quedaba menos de un mes para que las fuerzas estadounidenses lanzasen los primeros bombardeos sobre Irak, una invasión que terminaría años más tarde con casi medio millón de muertos. Las potencias invasoras –Estados Unidos, Reino Unido y también España, estaban convencidas de la necesidad de intervenir en suelo iraquí a cualquier precio.

Sin embargo, el miedo a la opinión pública, cada vez más reacia a cualquier tipo de ocupación, estuvo presente en la reunión que mantuvieron el 27 y 28 de febrero en Madrid el entonces primer ministro británico, Tony Blair, y el presidente del Gobierno de España, José María Aznar, según se desprende del citado informe. Según se desprende de un capítulo, tanto Blair como Aznar "discutieron" durante la cita "la necesidad de una segunda resolución –que diera luz verde a la intervención militar– y las posiciones de otros miembros del Consejo de Seguridad [de la ONU]".

Mientras Aznar se centraba en analizar la posición de países como Francia o Rusia, Blair puso el foco en la necesidad de mostrar "tan pronto como sea posible" que la invasión traería "un beneficio humanitario para el pueblo iraquí" y de que Naciones Unidas se involucrara "legitimando la presencia internacional".

Como comenta la periodista Lucía Méndez, teníamos razón. Cuando el 15 de febrero de 2003, millones de españoles nos manifestamos contra esta guerra en la calles y en las universidades, el entonces presidente del Gobierno hizo caso omiso y un mes después acudió a la Cumbre de las Azores en la que plantó con orgullo la bandera española al lado de las tropas invasoras. Aznar sabía que más del 90% de los españoles estaba en contra de aquella guerra. 'Le estoy diciendo la verdad: el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva', le dijo Aznar en televisión a Ernesto Sáenz de Buruaga. La inmensa mayoría de los españoles no le creyó. Después, muchos, como Marlow en El corazón de las tinieblas, volvimos a contemplar por televisión, de nuevo, el horror.

Colabora con el blog

Forma parte de los contenidos del Blog del Suscriptor
Escribir un artículo