Por Sigfrido Samet

Todo atentado es horrible, pero el de Niza fue aún más horroroso que los anteriores. Hubo tres clases de respuestas publicadas:

1) Solidaridad con las víctimas.

2) El triunfo final será de la democracia.

del Estado de Derecho.  

3) Tenemos que acostumbrarnos a convivir con el terrorismo.

“Solidaridad” es una palabra vacía, salvo que se acompañe de dinero para ayudar a sobrevivir a las familias rotas. ¿Cómo podemos saber de quién será el “triunfo final”? Si nada hacemos, será, probablemente, de Daesh. Y la tercera clase, es una amalgama inaudita de estupidez y cobardía.

El pasado viernes 15 de julio, dos programas televisivos trataron el tema al mismo tiempo. “El cascabel” ofreció repetidas y detalladas descripciones del atentado. Y nada más. “El gato al agua”, en cambio, para mi sorpresa y admiración, planteó la pregunta de qué debemos hacer. Contaban con un especialista en el Islam y los tertulianos coincidieron con él: contrariamente a las religiones cristiana, judía, y al budismo, el Islam es una religión de odio, no de amor. Hay en el Corán unas cuantas suras que ordenan a los creyentes matar a los “infieles” (todo el que no es musulmán). Muchos musulmanes son pacíficos a pesar del Corán, no gracias a él.

La única manera de acabar con el terrorismo islámico es crear una coalición internacional que destruya al EI, para lo cual hay que invadirlo por tierra; no basta con bombardeos. Agrego por mi cuenta: debería prohibirse la erección de nuevas mezquitas en Europa (así como no se permiten Iglesias en los países musulmanes). Y las existentes deberían ser permanentemente controladas, de modo que las autoridades conozcan siempre los discursos de los imanes.

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