Refugiados en la frontera entre Serbia y Hungría/ Zoltan Balogh/ EFE

Refugiados en la frontera entre Serbia y Hungría/ Zoltan Balogh/ EFE

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Pequeños gestos

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Por David Blanco Herrero

En el periódico de ayer, en el del verano pasado, lo que nos ocupaba era la crisis de los refugiados. Cientos, miles de personas intentaban llegar a Europa huyendo de la guerra, la violencia y la miseria. Fue ya casi en septiembre, con la vuelta al cole, cuando los medios de comunicación españoles centraron de verdad el foco en este drama, cimentado durante los meses estivales por naufragios, llegadas masivas y cierres de fronteras.

En medio del drama, fue una historia aparentemente irrelevante la que consiguió emocionarme. Tras el cierre de la frontera entre Hungría y Austria, un coche en el que habían conseguido cruzar algunos refugiados fue parado por la policía austriaca. Un agente se aproximó al vehículo, en el que encontró un grupo de refugiados asustados ante la posibilidad de ser devueltos a Hungría. Les dijo “Bienvenidos a Austria” y les indicó el mejor camino para proseguir hacia su siguiente destino.

Este verano siguen intentando llegar refugiados a nuestras fronteras. Pero la UE ha firmado un acuerdo con la Turquía de Erdogan (sí, el democrático responsable de incontables violaciones de Derechos Humanos en Turquía y de la purga tras el fallido golpe de Estado) que relaja la presión sobre nuestros países, por lo que el nivel de atención mediática es mucho menor. Este verano las noticias que nos inquietan son las relacionadas con el terrorismo, que se ha convertido en un verdadero problema porque ha llegado a Occidente.

Uno de los últimos y más brutales casos tuvo lugar en una iglesia de Rouen, donde dos terroristas entraron mientras se celebraba misa, tomaron rehenes y degollaron al párroco. Este domingo, la comunidad islámica francesa hizo un llamamiento para que los musulmanes galos acudiesen a las ceremonias católicas en señal de solidaridad. Este gesto, también aparentemente irrelevante, ha sido el que ha vuelto a conseguir emocionarme en medio de tanta locura y sinsentido.

Esos musulmanes que celebraron ritos católicos con sus hermanos crisitanos son los verdaderos musulmanes, que sienten el dolor de los demás y lloran con ellos. Y esos cristianos que les acogieron en sus iglesias con sus pañuelos y turbantes son los verdaderos cristianos, que no juzgan, sino que acogen, a quienes no rezan a su mismo Dios.

Por sí solos, los actos de fraternidad de este domingo en Francia, igual que el de aquel policía austriaco, no pueden cambiar una realidad demasiado compleja, ni acabar con unos problemas demasiado extendidos, pero sí pueden recordarnos al resto la humanidad y la solidaridad que hacen falta para modificar esa realidad y para solucionar esos problemas.

Estos ejemplos, gotas en un mar de alambradas y extremismo, pueden ser tomados por muchos como “buenismo”, defendiendo que no arreglan nada y que la solución pasa por más mano dura y por no dejarse llevar por el sentimentalismo. Quizá sea cierto y solo las armas pararán esta ola de violencia y terror que amenaza con ahogarnos en miedo y sangre. Pero para mí, estos gestos son la balsa que nos mantiene a flote.

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