Por Maria Luz Simon Gonzalez

La historia de Marieke Vervoort publicada en lo últimos días me ha conmovido en el más literal de los sentidos. Su objetivo era la superación de sus problemas físicos compitiendo. “El entrenamiento es mi única razón para vivir” ha dicho, y ahora que piensa que ya no puede seguir cosechando éxitos, por su edad y por el desarrollo de su enfermedad, se plantea solicitar la eutanasia. Por sus características físicas, con la evolución previsible de su enfermedad degenerativa que no sólo dificulta el movimiento sino que además le provoca intensos dolores, y dado que en su país, Bélgica, está legislada la eutanasia, ésta puede serle concedida.

Entiendo que es terrible no poder andar y el dolor y la frustración de no ser físicamente independiente pero, si hasta ahora pudo soportar todo esto, ¿por qué no puede continuar con un plan vital que asuma esas disfuncionalidades? Realmente me parece que admitiendo la eutanasia estamos haciendo la mayor discriminación que se puede realizar sobre las personas con graves problemas de movilidad.

Hace poco tuve un paciente que me solicitaba resolver cuanto antes sus pequeños problemas médicos porque iba a celebrar sus bodas de oro y tenía que estar bien. Él y su mujer, de unos 75 años ambos con un aspecto envidiable para su edad, mostraban una gran ilusión por el evento y por haber compartido esos 50 años juntos, transmitiendo una felicidad digna de admiración y así se lo expresé. Entonces me contaron que no había sido siempre fácil, que tuvieron un hijo y una hija y que ambos murieron cuando tenían unos 20 años. Aquello estuvo a punto de destruirles pero se apoyaron uno en el otro y decidieron adoptar una niña que les abrió la esperanza de crear nuevos espacios de felicidad. Sus ojos se llenaron de lágrimas al contarlo y lo míos, después de miles de pacientes con sus miles de historias, también.

Por qué no justificar la eutanasia a quien le parten la existencia con la muerte de sus hijos. Es tal vez mayor el dolor de Marieke Vervoort  o la dificultad para caminar más complicada que la de aquellos a los que trituran el alma transformándola en porcelana china hecha añicos. Estoy segura que tuvieron muchos momentos en los que el mundo se había convertido en un rincón lúgubre por el que no valía la pena arrastrarse, pero no tenían esa puerta de salida de la eutanasia. Hoy seguramente den gracias por no ser como los individuos discriminados por sus problemas físicos a los que se les da permiso para sucumbir al desaliento. A los que, en virtud de una enfermedad, se asume que pueden no buscar esa nueva criatura que les otorgue el deseo de seguir luchando. Marieke hasta ahora tenía una criatura llamada deporte que la hacía sentirse fuerte y capaz de superar las barreras que la vida le había puesto por delante.

¿Nadie será capaz de ofrecerle una nueva criatura que le haga observar de otra forma su futuro? ¿ Nadie será capaz de entender que la mayor discriminación es ofrecerle la eutanasia?

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