Por Mario Martín Lucas
A pocas horas de que se celebre la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Rio 2016 y más allá de los hitos deportivos conseguidos por Usain Bolt, Michael Phelps …y todos quienes suman su esfuerzo y talento para que la mítica deportiva crezca sin limite, hay una obviedad y es que estos Juegos, en lo organizativo, han estado lejos de ser los mejores de la historia, como se pudo decir en cada una de las clausuras de las que mi memoria guarda recuerdo: Munich 72, Montreal 76, Moscú 80, Los Angeles 84, Seúl 88, Barcelona 92, Atlanta 96, Sidney 00, Atenas 04, Pekín 08 y Londres 2012. La involución llegó con Rio 2016.
Más allá de la alarma creada en torno al zika, imágenes como la del agua verdosa de la piscina de saltos que tuvo que ser suspendida por las deficientes condiciones de salubridad o la del hundimiento de la plataforma de salidas de las competiciones de aguas abiertas; los problemas con los traslados de los atletas que llevaron a tener que modificar varias pruebas porque los protagonistas no estaban donde debían estar (de lo que se llegó a quejar Bolt); la delincuencia y los robos sufridos por los atletas dentro del propio recinto de la Villa Olímpica; el tiroteo sufrido por el equipo de baloncesto de China en el aeropuerto de Rio; los tranquilos viandantes que se cruzaron por delante de la ganadora de la maratón femenina, antes de su entrada en meta; unas instalaciones tenísticas totalmente inapropiadas para el partido en el que Nadal se jugó la medalla de bronce, homologables a las de cualquier polideportivo usado por aficionados, a base de estructuras desmontables, tapadas por telas con el logotipo olímpico. Y una asistencia general tan baja a los eventos que, en muchos deportes, la competición parecía más un entrenamiento que la cita de máximo nivel mundial que se celebra cada cuatro años bajo los cinco aros olímpicos.
Sudamérica ya ha tenido su primeros Juegos Olímpicos, pero parece evidente que el momento elegido no fue el mejor. Este evento mueve ya demasiados intereses y mucho dinero, y las claves en las que se mueve la elección de sus sedes distan mucho de priorizarse por razones objetivas.
Rio de Janeiro es, sin duda, una ciudad fantástica, de mucho encanto y de las más bellas que yo personalmente conozco, pero siete años después de su elección olímpica, dejando a Madrid por segunda vez consecutiva como la única gran ciudad europea que no ha tenido Juegos Olímpicos, se puede decir que no ha cumplido con las expectativas. Y en los próximos días, en alguna de sus playas, quizás en Copacabana, más de un dirigente del COI podrá suspirar tranquilo, tras la finalización de los Juegos, mientras disfruta de un relaxing cocktail of caipirinha, a la espera del siguiente business. Perdón, quería decir de los siguientes Juegos.