Por Alejandro Pérez-Montaut Martí, @alejandropmm

El pasado miércoles, la Junta Electoral de Guipúzcoa decidió que Arnaldo Otegi, aquel terrorista condenado en varias ocasiones, era inelegible como lehendakari y no podía entonces presentarse como candidato en las elecciones vascas del próximo 25-S por estar, como es lógico y normal, inhabilitado para ello. Aquello resultó ser una gran noticia para los que creemos en la libertad. Sin embargo, y como no podía ser de otro modo, la horda de violadores de la ley salieron al ruedo a valorar y juzgar moralmente esta decisión.

Según la ley, ese instrumento -tan extraño para algunos- que asegura las libertades individuales y colectivas, Otegi está inhabilitado para ser elegido en cualquier proceso electoral hasta el año 2021. Recordemos que el líder abertzale fue condenado nada menos que por intentar reflotar la ilegalizada Batasuna bajo las órdenes de la banda armada a la cual perteneció. Una banda terrorista que ha matado a lo largo de su historia a centenares de personas inocentes.

El terrorista salió de la cárcel en marzo de este mismo año, arropado por aquellos que creen que el fatal destino de las víctimas de ETA era más que merecido. Entre gritos de independencia, Otegi salía del penal de Logroño sin pudor ni vergüenza, con la cabeza bien alta, como si hubiera culminado la gran hazaña de su vida, y, entre vítores, era recibido por una muchedumbre que, tanto físicamente como en las redes sociales, manchaban el significado de paz ligándolo a su nombre cuando no era más que un vulgar asesino.

La historia se repite hoy, cuando, manipulando como mejor saben, ciertos líderes políticos cuestionan la ley restando autoridad al Estado de Derecho, que debería estar de enhorabuena al recibir esta noticia.

Como de costumbre y haciendo de la política su particular tertulia del corazón, los líderes antisistema se adentran en un mar de réplicas e improperios dirigidos a la resolución de la Junta Electoral. Pablo Iglesias no tardó en incordiar pronunciando su sentencia personal de 140 caracteres y decidiendo por cuenta propia que debían ser los vascos y las vascas quienes decidieran a su representante en el Parlamento vasco.

El líder de Podemos, que lleva desaparecido en combate desde las pasadas elecciones generales, parece hoy más preocupado por la candidatura ilegal de un terrorista que por el futuro Gobierno de su país. No sorprende en absoluto si echamos la mirada atrás y comprobamos que gran parte de la gestación política -o mejor dicho, del aborto político- de Iglesias y su partido tuvo lugar en las herriko tabernas.

Lo mismo sucedió con Alberto Garzón, que no tardó en sumarse a la indecente denuncia de su ya líder supremo, y, tildando la decisión de la Junta Electoral de cacicada, se postuló contrario a la inhabilitación de Otegi. Es comprensible que ansíen incendiar a toda costa las redes sociales al ver que su protagonismo cae en picado sin ser la "casta" la culpable de ello, siendo la verdadera sociedad civil la que los pone en su sitio al encontrarse ahíta de sus salidas de tono y sus improperios hacia los que piensan diferente.

Lo que no se entiende es cómo ciertos diputados se postulan asiduamente a favor de personas que vulneran la ley y la libertad de su tan querido pueblo. Podemos hablar de Cañamero, el jornalero matón, o de Alfon, ambos condenados por la justicia y para los que los líderes de la tercera fuerza política en nuestro país piden libertad e impunidad resaltando el falso sentimiento democrático que representan.

El Partido Socialista, haciendo alarde de su afinidad con la izquierda antisistema, decide acomplejadamente no entrar a valorar la resolución de la Junta Electoral, a excepción de Ximo Puig, que, siguiendo previsiblemente las órdenes de su domina Mónica Oltra, sí se manifestó contrario a dicha decisión dejando al PSOE una vez más en el subsuelo de la desvergüenza.

Por su parte, Arnaldo Otegi adopta hoy el papel de víctima apaleada y simula aceptar con resignación la resolución de la Junta Electoral. Nada más lejos de la realidad, pues desde que salió de la cárcel y como si de bolos de discoteca se tratase, el terrorista se ha ido paseando por las instituciones de su país, al que odia, concediendo entrevistas y poniendo en práctica su oxidada verborrea nacionalista, acompañado siempre por Bildu, el partido que decidió patentarlo y explotar su tosca imagen hasta la extenuación.

Habiendo palpado con la punta de los dedos el cielo, Otegi hoy se queda sin su roñoso objetivo, por lo que el odio que siente hacia su país no hace otra cosa más que crecer.

Al apoyar explícitamente a Otegi, los nacionalistas, reconciliándose con su razón de ser, se posicionan en las antípodas de la democracia y a favor de lo que durante años mantuvo a nuestro país sumido en el terror y la violencia.

Según Otegi y los que lo piropean de manera incansable, son los vascos los que deben decidir sobre su futuro, siendo protagonistas únicamente los afines a sus malas artes, olvidando a aquellos a los que un día se les arrebató sin motivo alguno el derecho fundamental, que no es nada menos que la libertad y la vida.

Bildu pierde hoy a su mono de feria gracias a unas normas que, por mucho que algunos intenten hacer ver lo contrario, votamos todos. Sin embargo, hay quienes aún creen en la opresión y el castigo ideológico. Los que critican y menosprecian la ley que nos hace libres son los mismos que apoyan regímenes con normas restrictivas y totalitarias. Los demócratas debemos unirnos y rechazar a viva voz aquello que un día hirió de gravedad a España, y que hoy, por desgracia, quiere seguir oprimiéndola y matándola desde dentro.

Libertad, respeto y memoria.

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