Por Manuel Asur

Levantaba la voz Ortega y Gasset contra el eterno cura de aldea que combatía el maniqueísmo sin conocer el pensamiento maniqueo. ¿No les sucede lo mismo a los que abogan por la prohibición de las corridas de toros? Para el cura de aldea, el bien y el mal no ofrecen duda. Lo explica bien el catecismo. Y yo me temo que una especie de catecismo contra el sufrimiento del toro ha cristalizado también en algunas mentes anti-taurinas.

No se torea para obtener proteínas ni por placer, si no ¿para qué tanto pase y tanta ceremonia? ¿Qué clase de ceremonia es esa? Gustavo Bueno responde con una teoría sobre la religión: "El animal divino". Pero divino aquí no significa necesariamente Dios, sino "númen": “un centro de voluntad e inteligencia” capaz de mantener relaciones con los hombres no sólo de tipo lingüístico, por ejemplo una oración, sino también prácticas, políticas, de recelo, de amor, de respeto, de odio, de desprecio. No son relaciones alucinatorias, ni psicológicas, ni extraterrestres, ni sobrenaturales.

Los númenes están aquí con nosotros. Nos relacionamos con ellos de tres formas. Una es “angular” y hace referencia a la relación del hombre con los animales. Otra, “circular” y hace referencia a la relación del hombre con otros hombres. La última recibe el nombre de “radial” y hace referencia a la relación del hombre con lo no viviente, por ejemplo una roca. En las tres figuran representaciones de ceremonias religiosas. Desde los bisontes antropomórficos de las cuevas paleolíticas pasando por los dioses egipcios con caras de animales, llegan hasta nuestros días. Sólo hay que fijarse en la abundante cantidad de animales esculpidos en las paredes de nuestras catedrales. En la bóveda celeste también fue proyectado el reino de los "númenes": el zodiaco.

Siguiendo dicha clasificación, ¿qué es torear? Sin duda, una relación "angular", una especie de juego entre el hombre y el animal, un enfrentamiento entre poder y poder, pero no directo, sino ceremonial. Si no fuera ceremonial el torero no sería torero, sería una especie de matarife.

Ahora bien, la ceremonia hay que diferenciarla del rito. Un elefante hace abluciones con la arena y un musulmán también, cuando no hay agua. El animal para purificar su cuerpo y el musulmán, el alma. La diferencia es cultural. En consecuencia, atribuir una ética y moral a los animales carece de sentido.

La ética y la moral se derivan de relaciones que mantienen los hombres entre sí. Durante los siglos XVI y XVII la ética se centraba sobre el peligro que corría el torero, el sufrimiento del toro apenas contaba. San Pio V, para proteger al hombre, llegó a prohibir las fiestas de los toros amenazando con excomulgar a quienes asistían a ellas. En el XVIII, Fernando VII y Carlos III también las prohíben. Subrayemos la gran influencia, en este siglo, que Descartes y el vallisoletano Gómez Pereira, (Pereira, siglo XVI, precursor de Descartes. Su obra, perseguida por la Inquisición, se conocía en el extranjero. En España se esperó hasta el siglo XVIII), ejercieron sobre la manera de concebir a los animales. Los consideraban autómatas. Hoy diríamos robots. Y si bien, durante el siglo XVIII las causas de las prohibiciones eran distintas a las de los siglos anteriores, los efectos fueron los mismos. Sólo en el XIX y XX cambian las tornas. El culpable fue Darwin. Si venimos del mono, no somos tan diferentes a los animales. Los derechos de los animales van adquirir tanta importancia que el torero desaparece de la ética. ¡Y hasta qué punto!

El día 9 de julio del presente año, a Victor Barrio, un torero segoviano de 29 años, lo mata un toro en la plaza de Teruel. Algún imbécil se alegró. No quiero decir que los anti-taurinos sean así. Ni que digan por lo bajo lo que alguien manifestó en voz alta: “recibió lo que merecía”. Pero sí, que antes de condenar la tauromaquia, definan qué es torear. Porque si torear es una ceremonia religiosa, ¿qué tiene quever la religión, pongo por caso, con la ética “angular”? Nada. Absolutamente nada. La ética es “circular”, es cultura humana, no es cultura animal.

De lo anterior se desprende que si tenemos muchos puntos comunes con los animales, nos separa de ellos la cultura, eso que, en este caso, llamamos ceremonia religiosa. Pero ceremonias religiosas hay muchas. Algunas se prohibieron o combatieron. Por ejemplo, en torno al canibalismo y a alguna costumbre sangrienta de los aztecas. ¿A qué tipo de ceremonia religiosa responde la corrida de toros? Es preciso responder desde la antropología religiosa o la filosofía de la religión. Mientras, reivindicar la supresión del toreo amparándose en el sufrimiento del toro o en los riesgos que corre el torero, no fundamenta nada. Salvo, como en Cataluña, una mediocridad infinita. Pues el problema de Cataluña no es España ni los españoles con todas sus corridas de toros. El problema de Cataluña es la mosca cojonera del eterno cura de aldea.

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