La crisis axiológica

Por José Domínguez Ortega, Abogado e International Senior Advisor

Una visión reduccionista, simplista y permisiva de la realidad social, a escala global, conduce inexorablemente a la confusión de causas y efectos cuando de establecer el diagnóstico de un problema se trata. De esta forma y para esta concepción la droga y la corrupción producen una crisis moral.

El irrespeto a la ley y la discrecionalidad administrativa son causas de la crisis ética. El divorcio y el aborto producen un deterioro de los valores familiares.

Sin embargo, y, sin desconocer que en lo social hay un continuo proceso de interacción de los hechos y que todo los fenómenos son factor y producto de cambios sociales, lo cierto es que, porque hay una crisis moral, una ausencia de ética y un deterioro de los valores, los resultados son la droga, la corrupción, el irrespeto a la ley y la pérdida del valor familiar. Es en una palabra, la pérdida de lo espiritual, lo que necesariamente se traduce en confusión, desorientación y problemas en lo material.

La gran crisis, por tanto, del hombre contemporáneo es fundamentalmente una crisis axiológica. Algo que tampoco es nuevo, ni original, ni exclusivo de un solo pueblo.
A lo largo del tiempo y el espacio, se ha producido repetidamente y se ha manifestado en diversos hechos y campos: Económico, político, religioso y social. Venezuela no es una excepción. Nuestros problemas actuales tienen todo que ver con esa crisis radical de espiritualidad. La solución, en consecuencia, esta indudablemente unida a una recuperación axiológica. A un rearme ético. A una renovación y reforma moral. Para que el merito y la excelencia sustituyan al carnet y a la recomendación. Para que el trabajo desplace el facilismo. Para que el esfuerzo se imponga al azar. Para que los delincuentes vayan presos. Para que los hombres honestos sean premiados. Para que la participación valga más que la repartición. Para que la libre iniciativa del ciudadano ocupe el lugar que le usurpó el paternalismo estatal. Para que la norma objetiva prive sobre la subjetiva discrecionalidad del funcionario. Para que lo profesional desplace a los políticos en el nombramiento de los jueces. Para que los “maestros” retornen a las clases y salgan los meros repetidores de información y se puedan “formar” nuestros niños y jóvenes en un proceso real y autentico de “educación”.

Para que cargos y posiciones sean “adjudicados” y no simplemente “repartidos”. Para que la acción del ciudadano sea la principal y la del estado la subsidiaria. Para que se protejan y se valoricen niñez, juventud y familia. Para que se estimulen el buen ejemplo, la responsabilidad y la laboriosidad. Para que el “servir” sea mas importante que el “poder” y el “ser” más que el “tener”. Para que el hacer se imponga al hablar y el “ocuparse” al “preocuparse”. Para todo este proceso hace falta liderazgo autentico y voluntad de logro. La base y los actores están esperando. Son todos y cada uno de los ciudadanos honestos. Que son la gran mayoría. Una mayoría sin voz ni eco. Silenciosa y a veces silenciada. Una mayoría que tiene valores reales. Una mayoría con esperanza. Porque sabe que la renovación moral es posible, necesaria y urgente. Como afirmó Arturo Uslar Pietri “El país quiere activar las viejas virtudes ciudadanas, combatir el morbo del logro inmediato y la riqueza fácil, restaurar el prestigio de la virtud y de la obra positiva”. Eso es todo, y se trata, “simplemente”, de restablecer la moral. ¿Puede, acaso, haber reto de mayor importancia para nuestra generación?

Estamos ya en pleno siglo XXI y deberíamos diseñar una agenda, un paradigma de país donde se defina un tipo de hombre, de ciudadano, de sociedad y de estado y en el que los valores tengan sentido. Creo que hay esperanza porque hay mucha juventud y debemos recordar que lo importante para nosotros, como generación de transición, no es el país que le vamos a dejar a nuestros hijos, sino los hijos que vayamos a dejar a nuestro país.