Por Mario Martín Lucas

Mariano Rajoy ya tiene un nuevo récord que acumular a su colección. Después de gobernar con la más amplia mayoría absoluta (2011/2015) conocida en la democracia española desde la transición, tras haber sido derrotado en dos ocasiones en las urnas ante Rodriguez Zapatero (2004 y 2008), gobernará en funciones doce meses, como el aplicado funcionario de carrera que siempre quiso ser, tras ser el primer presidente del Gobierno en no lograr la investidura del Congreso, habiéndolo solicitado expresamente ante los trescientos cincuenta diputados que componen su pleno.

Y quizás la mejor exposición de lo que le ocurre al líder de la minoría política más votada tanto el 20D, como el 26J, lo haya expresado Felipe González en las últimas horas, al decir: “el PP es el partido más votado, pero Rajoy es el candidato más vetado”.

Es más que paradigmático que el líder de Ciudadanos, después de convertir su anunciada abstención a Rajoy, hacia el sí, con su treinta y dos diputados; haya utilizado su último turno de palabra en la segunda sesión del debate de investidura, para solicitar al PP el cambio a un candidato más viable.

Rajoy lastra a su propia formación política, marcado por la desconfianza ciudadana que su tibieza contra la corrupción ha generado, al margen del dolor social infligido con sus medidas socioeconómicas, quirúrgicas en un plano macro, pero tremendamente injustas e insolidarias con grandes segmentos de la sociedad española.

El guiño realizado por Pedro Sánchez a una posible solución, de la que el PSOE forme parte, junto con las “fuerzas del cambio” es una cábala difícil, pero que merece la pena ser explorada, siempre bajo la premisa de ser capaces de marcar un territorio de medidas posibles que, no podrán incluir la esencia de los programas políticos de partidos tan diferentes entre sí como el socialista, Podemos o Ciudadanos, pero que sí haga posible la alternancia política y la regeneración, influyendo en el máximo punto de cohesión del PP: el poder, el reparto de prebendas y el clientelismo vinculado a ello; a partir de ahí sí se darán las condiciones para una renovación de la cúpula popular, que mientras tanto será difícil, por no decir imposible.

Nadie debería dar por hecho beneficios electorales ante unos nuevos comicios a final del año 2016, quien lo haga se podría equivocar; los que ya perdieron votos entre el 20D y el 26J tienen elementos de valoración a la vista, los viejos partidos tampoco deberían confiar en que el hartazgo ante del bloqueo político les beneficie sobre el efecto de las nuevas formaciones y las consecuencias de su voto troceado. El verdadero reto consiste en dar respuesta a la elección ya hecha por los españoles en dos ocasiones en los últimos meses: hay una mayoría de cambio, en más de trece millones de votos, y quien gobernó con mayoría absoluta, a golpe de Real Decreto Ley, no es capaz de articular un Gobierno sobre sí, aún siendo la minoría política más votada.

Lo que sería realmente sorprendente es que después de todo lo ocurrido en la legislatura 2011/2015, con las consecuencias en el voto popular expresado tanto el 20D, como el 26J; Mariano Rajoy fuera aclamado presidente por la mayoría del Parlamento español, lo cual equivaldría a algo tan increíble como ver el agua de las cataratas del Niágara fluyendo en dirección contraria -parafraseando a Oscar Wilde-. Pero atentos, porque otra cábala es, aún, posible.

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