Por César Sampedro Sánchez (Doctor en Historia).
Los sentimientos que me han ido embriagando esta última semana han pasado del bochorno a la rabia y por último a la sensación de tragedia, al contemplar lo vivido en el PSOE, un partido necesario en la gobernabilidad de España, cuyo crédito algún día tendrán que restituir. Y como la historia acabó en tragedia, sólo se me ocurría recurrir a Shakespeare: “Ser honrado tal como anda el mundo, equivale a ser un hombre escogido entre diez mil”. Es una frase contenida en la célebre obra existencialista Hamlet.
Ciertamente, tal y como está el escenario político, muchos pensábamos que nos iba a costar mucho encontrar un dirigente político honrado, casi tanto como uno entre diez mil, y algunos lo hicimos en la persona de Pedro Sánchez, como años atrás, mucho más jóvenes, nos ilusionamos con el proyecto de cambio para España de José Luis Rodríguez Zapatero.
Contrariamente a la buena aceptación inicial, a Sánchez se le ha atribuido en las últimas semanas ser el generador de todos los males habidos y por haber, primero dentro de su partido y luego fuera. Cuando creo que, y es mi modesta opinión, no hizo más que cumplir con su palabra. Primero con aquellos que lo eligieron, los militantes de su partido, y luego con aquellos que le votaron, conscientes de que lo les había prometido en campaña electoral: el no al Partido Popular y a Mariano Rajoy.
Las descalificaciones políticas vertidas desde dentro de su propio partido se podía ahorrar, por cuanto fueron sus antecesores quienes obtuvieron un peor resultado para el partido, en una coyuntura de crisis económica similar y sin la concurrencia que disputaba la hegemonía desde la izquierda de Podemos, fue Rubalcaba quien experimentó la mayor pérdida de votos, 110 escaños -59 menos que en 2008- y la friolera de más de 4 millones de votos. En los anunciados como peores resultados del 20D y de 26J, Sánchez perdió 25 escaños, es verdad, pero paró una sangría de votos que se anunciaba vertiginosa y el sentenciado sorpasso de Podemos.
Lo ocurrido en la última semana quedará desde luego para los anales de la Historia democrática de España. Y algún día se tendrá que escribir con ello, pero no seré yo quien juzgue, al menos de momento, primero la felonía de los 17 dimisionarios que lo intentaron hacer caer con una burda maniobra a modo de un golpe chusquero (mientras la autoridad competente, andaluza por supuesto, acudía un día después a las puertas de Ferraz), y luego la colaboración necesaria de los 133 en el bochornoso Comité Federal.
Todos deberían pedir perdón a la ciudadanía por el espectáculo dado, pero el hecho está consumado, y al final la votación resolvió en contra de un Congreso extraordinario. Algún día, la soberanía tendrá que volver de nuevo a los militantes y estos decidirán con su voto hacia donde quieren orientar el futuro de su partido (los rumores de que Díaz podría intentar una investidura in pectore sin pasar por unas elecciones internas, no me los quiero creer). Pero lo que ahora hay que preguntar de manera urgente a los miembros de la Gestora constituida, como hiciera estos días Josep Borrell en antena a los detractores de Sánchez, es que piensan hacer con el país. ¿Qué van a votar de aquí a quince días en la futurible sesión de investidura de Rajoy? Personalmente intuyo que será una abstención, pero todavía no lo han dicho. Ni tampoco han dicho si esta va a ser técnica o negociada, ni que es lo que van a negociar con Rajoy. Estaremos atentos a ello.
Por mi parte, al menos encontré un hombre honrado en la política que cumplió su palabra, y como el príncipe de Dinamarca se enfrentó con valentía al dilema moral de la existencia: “Ser o no ser, esa es la cuestión, si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro”.