Por Víctor Llano

Pocas semanas antes del inicio de Antena 3 Radio, José María García dio una conferencia en la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense, al finalizar le pregunté cómo podría colaborar en su programa, me respondió que saliera a la calle y le llevara lo que considerara de interés. Lo hice, primero con un compañero de clase que ya entonces era un gran periodista, poco después solo. Con el pretexto de que sus respuestas me servirían para un trabajo que me habían pedido en clase, varios chupópteros, maleteros, abrazafarolas y correveidiles dejaron constancia de que García no exageraba cuando explicaba para qué, a qué y a quién servían.

El entonces periodista más conocido de España no solo emitió lo que le llevé, me pagó muy bien y dijo que yo tenía “madera de profesional de primerísima línea”. Aún conservo las grabaciones. El programa se repetía a las cuatro y media de la madrugada y yo, despierto, grababa mis colaboraciones. Era la radio. Desde mucho antes sin ella no se entendería mi biografía, y entonces era, además, la mejor radio que se ha hecho jamás, la de Antena 3, y yo estaba allí, con García, estaba porque tenía “madera de profesional de primerísima línea”.

Por supuesto llegué a creerlo. José María podría exagerar alguna vez en beneficio del “espectáculo”, pero jamás conmigo. En la época más libre de mi vida no iba a dudar yo de los elogios, menos si me llegaban desde la radio que no dejaba de escuchar noche y día desde los trece años, casi desde que comenzó a trabajar García en la entonces magnífica Cadena Ser.

Pero el tiempo pasó y una tarde Alfonso Azuara reconoció mi voz cuando en la redacción de deportes de TVE intenté una entrevista con el pretexto de que me serviría para un trabajo de la facultad. Me fui de allí un minuto antes de que me echaran. Ya me reconocían como colaborador de García, me costaría mucho que alguien quisiera contestar mis inquietantes preguntas creyendo que respondían a un estudiante más o menos espabilado. Además, y fue lo peor, poco después de lo de Azuara me tocó pagar el mayor error de mi vida. Me llamaron para hacer el Servicio Militar después de hacerme ciudadano español.

Como los asturianos nacemos donde queremos yo nací en La Habana, no necesitaba la ciudadanía, podía esperar unos años más para solicitarla, me bastaba con la residencia, pero mi padre, siempre preocupado por los papeles, me insistió en que me hiciera oficialmente español, yo, que ya entonces me consideraba más español que Pelayo, por no preocuparle, le obedecí.

Créanme, me he equivocado muchas veces, pero nunca tanto como entonces. Y lo pagué con mi libertad. Cuando por fin acabé la mili ya no era el mismo. Como ha dicho recientemente Andrés Iniesta: “La cabeza es muy frágil”. Lo pasé fatal, no me perdonaba mi error. Me enfadé con todo lo que se movía, especialmente conmigo mismo.

Una noche volví a la calle Oquendo y le pedí a García trabajo, me contestó que sólo podía ofrecerme un puesto en una emisora local de un pueblo de Madrid. Sin rechazarlo le dije que volvería hablar con él días después. Pero no volví. Al error del Servició Militar sumé el de no aceptar lo que me ofrecía.

Sí, estaba muy cabreado y me equivoqué cuando creí que “con madera de profesional de primerísima línea” no podía conformarme con una emisora local en una ciudad dormitorio en los alrededores de Madrid. La peor decisión en una pésima época. De nada me serviría justificarme en que ya entonces me interesaba menos el deporte, podía vivir de otro empleo y no me entusiasmaba trabajar todo el día para, con un poco de suerte y años después, llegar a los estudios centrales de Antena 3 Radio. Me equivoqué, tenía que haber aceptado lo que me ofreció García y, en caso de no soportarlo, renunciar, pero hay malos tiempos en el que los errores se encadenan unos tras otros jugando con mucha fuerza en el resto de la vida.

Leyendo Buenas noches y saludos cordiales, el magnífico libro de Vicente Ferrer Molina sobre José María, recordé lo que han podido leer. Pero ya no estoy enfadado, también recordé lo bueno de las noches de aquellos días en las que colaboré con quien lo era todo y más en el periodismo, lo orgulloso que me sentía, la alegría de mis padres, lo bien que se portaron conmigo Fernando Soria y los ya fallecidos Ernesto López Feito y Gaspar Rosety, los elogios que me dedicó su jefe y la pasión con la que yo viví todo lo que hice entonces.

Serían muchos sus enemigos, pero a mi consta la bondad de García. Cuando le dije que una amiga había sufrido un gravísimo accidente de moto y se había lesionado las piernas, me propuso que fuera hablar con el mejor cirujano de entonces experto en ese tipo de lesiones, era su amigo y él le llamaría antes. Me ofreció su ayuda casi sin conocerme y sin pedírselo. Así es García, así era y creo que así sigue siendo, un buen tipo.

Me alegra que ya esté en paz con de la Morena. Escuché a los dos, a García y al de la Ser hablando de García. ¿Qué sería del de Brunete sin el madrileño de Luarca? Ahora escucho la COPE por Paco González, y no sólo porque sus padres son de Tineo, donde nacieron los míos, González sabe mucho de la radio que ahora gusta, más incluso que Carlos Herrera, lástima que sólo haga deporte y sea tan del Madrid como siempre lo fue García, lo que no le impidió emprender una guerra justa contra las cuatro torres de Pérez. Sentí mucho que la perdiera. No concibo mayor atropello a una ciudad. Será que soy del Atlético de Madrid.

Ya será muy difícil, pero si José María volviera a la radio le pediría trabajo y si me enviara a un pueblo de Madrid, iría. Siento mucho que no encontrara un espacio adecuado para informar de política. Si un día coincido con él le preguntaré si confía en la versión oficial del 11-M. Lo dudo muchísimo.

Ojalá lea este artículo y muchos años después sepa de mi agradecimiento. Grande García. Muy grande. Inmenso periodista. Y lo que es más importante, un buen tipo.

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