Por Eva María Sánchez, @EVA__MARIA_

En mi opinión, lo ocurrido esta semana y desde hace un año es sólo las ganas de un socialista de querer hacer bien las cosas aunque derivara en desesperación.

Demostrado ha quedado que el bipartidismo no se puede romper ni desde dentro. Pedro Sánchez hace poco más de un año decidió acabar con lo que asqueaba a la población del PSOE: corrupción, nepotismo, clientelismo, elefantes políticos, etc. Empezó por el PSM para después ir poco a poco a las demás comunidades y a sus agrupaciones.

No sabía aún que ese sería su final, pues los grandes barones y sus fieles seguidores no le iban a dejar, como así se ha demostrado. Este área del partido apretó, apretó y apretó a Sánchez, hasta tal punto que la sinrazón se apoderó de él.

Partidario de regenerar el PSOE y convertirlo en un partido nuevo, más joven y libre de EREs, corrupción y demás chanchullos, él vio cómo esa idea no se podría llevar a cabo y entonces tuvo una mala solución. Para mí, debería haberse quedado en la oposición, liderándola y, al mismo tiempo, regenerar su partido y hacerlo más fuerte con el apoyo de la militancia. Socialistas de corazón y no socialistas de chanchullos y sillón, que son los que querían acabar con él.

Pero se equivocó y empezó un camino hacia la Moncloa creyéndose impune y sin importarle con cuántos aliados debería hacerse por el camino y su condición. Y esto, querido Sánchez, te ha matado; no se puede intentar gobernar con amigos de los asesinos o de los que quieren fracturar el país.

De esta manera despertó la ira de los que de verdad mandan. Los dueños del bipartidismo han hecho gala de su poder y de su pacto oculto y, por eso, la semana pasada vimos lo que vimos: a un expresidente bien reputado diciendo en la tele que Sánchez lo había engañado y, a partir de ahí, una serie de dimisiones perfectamente dirigidas cual fichas de ajedrez.

Sí, yo creo que ese perfecto movimiento ha sido planeado por los barones no sólo del PSOE sino del bipartidismo, los que nunca dejarán que España cambie. Los que piensan que las instituciones son suyas y que la ley la pueden manejar a su antojo; y hasta ahora no les ha ido tan mal.

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