Por Mario Martín Lucas

Pese al ruido mediático que generó el comité federal del PSOE del pasado sábado -cuya culminación fue la dimisión de Pedro Sánchez-, las primeras declaraciones de la gestora -presidida por Javier Fernández- han sido muy tibias.

En las últimas dos semanas se ha puesto en evidencia una crisis que se suma a las que el partido ya ha tenido a lo largo de su historia -ciento treinta y siete años de vida-. Entre los episodios vividos se encuentran la expulsión de su fundador, Pablo Iglesias, tras publicar un artículo de prensa; los enfrentamientos entre Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto a cuenta de la polémica colaboración del PSOE con la dictadura de Primo de Rivera; o los votos en contra de diputados socialistas contra la formación de un gobierno presidido por Indalecio Prieto. Por no hablar de episodios más cercanos en el tiempo, como los derivados en el Congreso de Suresnes, las tensiones en relación al referéndum de la OTAN (“de entrada, no”), la renuncia al marxismo a la que vinculó su continuidad González, los enfrentamientos entre renovadores y guerristas, la difícil gestión del postfelipismo (Almunia, Borrell, etc…). Y también los efectos -aún no superados- de la aprobación del articulo 135 de la Constitución, junto al PP, priorizando la devolución de la deuda exterior sobre cualquier otra cuestión de Estado, lo cual marcará para la historia la gestión de Zapatero.

Más allá del PSOE, es la socialdemocracia europea quien está en crisis y lo es porque se ha alineado con las tesis del neoliberalismo hasta llegar a no diferenciarse de él.

El gran impulso de la socialdemocracia en Europa fué en torno a los años setenta y ochenta del siglo pasado, alrededor de líderes como Olof Palme (Suecia), Harold Wilson (Reino Unido), François Mitterrand (Francia) o Willy Brandt (Alemania). Todos estos líderes bajo el planteamiento de establecer sistemas de reparto y solidaridad de la riqueza creados desde un mercado libre y competitivo. Un mercado que debía evitar las desigualdades y, también, las prebendas o favoritismos, lo cual quedaba bien resumido en una cita de Olof Palme: "Los derechos de la democracia no están reservados para un grupo selecto de la sociedad, que son los derechos de todas las personas”.

Ese equilibrio para que el Estado redistribuya la riqueza creada desde el libre mercado lo identificó el historiador y filósofo social Karl Polanyi, quien argumentaba que el capitalismo debía estar formado por un impulso doble: “El impulso por liberar los mercados y el contraimpulso necesario para frenarlos y regularlos en el interés de la sociedad”.

La gran paradoja en la que, con el paso de los años, ha caído la socialdemocracia es que ha priorizado -por encima de la defensa de la clase trabajadora y las capas sociales menos favorecidas- un proteccionismo hacia las exigencias del mercado y el capitalismo, que poco a poco ha terminado por no diferenciarse de lo defendido por el neoliberalismo de derechas. Estas cuestiones tuvieron su culmen en 2008, con la explosión de la crisis, a la que se ha combatido únicamente con la receta de la austeridad, agravando así sus consecuencias, con el efecto de un crecimiento de la desigualdad y empobrecimiento de grandes capas de la sociedad.

El PSOE debe reconstruir una alternativa diferenciada de la que representa el PP, su papel, ni puede, ni debe ser, complementar una mayoría popular y en ese sentido no parece que, tras los acontecimientos de los últimos días, su posición sea mejor que la de hace una semana o un mes. Ahora parece correr desesperadamente a intentar evitar unas terceras elecciones generales en las que podría empeorar aún más sus últimos resultados; pero la abstención, la garantía de apoyos en los presupuestos a Rajoy o, incluso, un pacto de legislatura tipo gran coalición, lo que harán será aproximarle al caso del Movimiento Socialista Panhelénico (PASOK) en Grecia y continuar con un declive que se manifiesta imparable desde hace demasiado tiempo.

En estos días, lo que se conoce por aparato o estructura del PSOE se ha hecho con el poder, a lo que parece bastante lejos de la opinión mayoritaria en sus 200.000 militantes, por no hablar de la de sus, aún, más de 5.000.000 millones de votantes, volviendo a ignorar, por segunda vez en su reciente historia, la opinión expresada en primarias en forma de una persona, un voto. La verdadera crisis del PSOE se superará cuando recupere la conexión con las bases sociales que le han sustentado tradicionalmente, no mientras sigan pendientes de sus cuitas, de sus baronías, del poder en aquella autonomía o en aquel ayuntamiento, y controlado por “fontaneros y fontaneras” dedicados, en exclusiva, al “networking” interno para promocionar en la estructura.

Pero hablamos del PSOE, un partido con más de ciento treinta y siete años de historia, y visto con la perspectiva del tiempo, en un decenio o dos, este episodio solo ocupará una linea en el relato de las crisis socialistas… ¿o quizás no?

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