Por Guillermo de Miguel Amieva

Mientras todos los políticos de esta nación juegan a ser monarcas absolutos, el rey Felipe VI lo es de una república metafórica en la que todos los españoles le eligen cada día y cada día que pasa confirman más su autoridad por encima de una clase política pacata que no da más de sí. Si los políticos han hecho de esta nación un crisol de reinos de taifas, donde cada cual busca dominio sobre los otros impidiendo la completa vertebración de todos en un proyecto unitario, Felipe VI, sin más poder que la delegada soberanía del pueblo que ostenta, procura lo contrario.

No es casual que, este año, y dentro de los actos colaterales que el rey articula en torno al premio Príncipe de Asturias, se haya otorgado el premio de pueblo ejemplar del Principado a tres pueblos que conforman la comarca de los Oscos, cuya capitalidad reside en Santa Eulalia de Oscos. Se ha premiado el sentido solidario, la evitación del aislamiento y la colaboración grupal para preservar, entre todos, una zona de extraordinaria belleza.

¡Ojo al simbolismo! Se exige leer entre líneas. Se puede decir más alto, pero no se puede decir más claro. El rey nos ha subrayado algo evidente: “En el micro universo de una pequeña comarca asturiana, se da lo que falta en el Estado: vertebración de las fuerzas sociales en torno a un proyecto único de país, en lugar de mantener tantos proyectos como ocurrencias surgen al socaire de los acontecimientos”. La comarca de los Oscos, es una comunidad de pueblos completamente vertebrada. A Ortega le encantaría.

España hoy es un crisol de intereses que no identifican, ni procuran, ni quieren uno colectivo. Es la consecuencia del deterioro de la clase política y de la endogamia mantenida durante tanto tiempo por este fatal régimen de partidos. Al igual que les pasara a los Austrias, la especie ha degenerado. La monarquía actual, sin embargo, se ha renovado. Vayamos a la memoria. Tras la guerra de sucesión ocurrida al morir Carlos II, último Austria, Felipe V fue el primer Borbón que reinó en nuestro país. Además de culto, fue un gran rey. Dejó a un lado las cosas de ultramar, mejoró la economía, atajó el problema catalán, y se centró en la unidad del reino configurando un sentimiento de unidad que, un siglo después, nos permitió luchar contra la invasión francesa.

Si comparamos a los políticos con la degenerada a dinastía de los llamados Austrias menores, Felipe VI se impone, sobre todos ellos, como una figura tan excelente como Felipe V en su tiempo. Los que intelectualmente somos republicanos, pero somos conscientes, al propio tiempo, de la idiosincrasia de este país y de la necesidad de dotarnos de instituciones referentes que nos unan, sabemos que un gran rey puede ser más beneficioso que un presidente de república. A nuestro país, primer Estado nación del mundo, le hace falta consciencia de sí mismo y vertebrarse en torno a un proyecto común. El fantasma de Ortega, denunciando la invertebración de España, aún planea sobre nosotros.

Felipe VI, muy formado intelectualmente -más que la mayor parte de los diputados que sientan en el Congreso-, lo sabe. Como monarca moderno es sensible, incluyéndose, a la idea de la igualdad de toda la ciudadanía. Por eso es un rey republicano, porque se sabe igual, aunque privilegiado, eso sí, por una ciudadanía que ha delegado en él la soberanía del pueblo. Si alguien representa al pueblo cada minuto de su vida es aquel al que el pueblo le ha transmitido el espíritu que todos a la vez no podemos representar.

Alguien soberano por delegación, comprende el espíritu socializador y benéfico de la unidad, eso que nos falta. Él es un símbolo de la vertebración necesaria. Bajo el palio de una ley electoral proporcional, los políticos sólo representan a sus partidos, ni siquiera representan ya a la parte de la sociedad civil que los vota. Se importan a sí mismo. Este año vale como botón de muestra.

Si hubiera una república y Felipe VI se presentara, le votaríamos. Su juventud unida a su preparación, su sensatez y lo atractivo de su figura, nos representan extraordinariamente dentro y fuera de España. Al contrario que nuestros políticos, constituidos en una casta distanciada y privilegiada con respecto a la calle, Austrias menores degenerados, sin renovación alguna, el rey Felipe se ha quitado la corona poniéndola a nuestros pies. El simbolismo de la monarquía moderna es ese: poner la corona a nuestros pies. Se da la entronización desde el pedestal. Desde esa base donde estamos todos. Entonces, tanto da Monarquía o República, tanto monta monta tanto, porque un rey querido por el pueblo es un rey elegido. Esto es, un rey republicano.

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