Por Manuel Fernández Lorenzo (profesor de la Universidad de Oviedo)
Por fin, tras los truculentos acontecimientos políticos que tuvieron como protagonista al Partido Socialista, parece que habrá un gobierno que nos permita salir del largo periodo de incertidumbre política en que nos habían arrojado las dos últimas elecciones generales de Noviembre del pasado año y de Junio del año en curso.
El abandonó del 'no' al Partido Popular, tras la intervención del Comité Federal del PSOE, con la traumática dimisión de Pedro Sánchez de la Secretaría del partido y la resolución tomada en favor de la abstención en la Investidura de Rajoy, han provocado un cambio que permite desbloquear la situación política de falta de un Gobierno Nacional en que vivíamos desde casi hace un año.
Ha sido decisiva para ello la intervención activa del propio Felipe González, el artífice de la vuelta a la política española, a finales de la década de los 70, de un PSOE de larga trayectoria histórica, más llena de sombras que de luces, por sus errores cometidos durante la II República, en la que el ala largo-caballerista, que promovió el guerra-civilismo con la Revolución de 1934 en Asturias contra la propia República, condujo al enfrentamiento armado y la inevitable Guerra Civil. Entonces, el ala reformista, encabezado por Julián Besteiro, quedó en minoría y fue postergado de la dirección de los acontecimientos.
Con el joven Felipe González volvía la tradición reformista de Besteiro a la dirección socialista española y se aceptaba la Monarquía Constitucional como salida a la dictadura de Franco, renunciando a volver a conectar con la legitimidad republicana. Se empezó a configurar, al comienzo de la Transición, con el triunfo aplastante del PSOE en 1982, un sistema bipartidista imperfecto que se consolidaría con la victoria del PP de Aznar.
Decimos que era imperfecto porque no era equivalente al bipartidismo de USA en el que se elige a un Presidente, entre los dos candidatos elegidos en los dos grandes partidos Demócrata y Republicano, de forma directa y gobierna el que gana en número de votos.
En España al Presidente del Gobierno lo eligen de forma indirecta los Diputados del Congreso, por lo que se necesita al menos la concurrencia de un tercer partido o grupo parlamentario para formar una mayoría de gobierno. Lo que ocurrió entonces fue que el centro político lo pretendió encarnar Adolfo Suarez con su CDS. Pero no se sabe de quien fue la culpa de que aquel partido, y el propio Suarez, acabasen perdiendo la fuerza política necesaria para colaborar a unas mayorías políticas de carácter nacional. Lo que ocurrió entonces fue un fenómeno que se ha develado como profundamente perverso y destructivo para mantener la unidad e identidad nacional de España.
Pujol trató primero, astutamente, de construir un sucedáneo de centro con la entonces famosa Operación Roca. Tras su fracaso, el centro-bisagra lo empezaron a constituir principalmente las minorías nacionalistas independentistas vasca y catalana. Y así se produjo un debilitamiento del Estado central por transferencia de competencias como la Educación o la Justicia, que nunca debían de ser transferidas a una autonomía, como pensaba Ortega y Gasset, teórico hoy bastante olvidado del Régimen Autonómico.
El nuevo bipartidismo, que nos parece ver comenzar con la actual investidura de Rajoy, ofrece un cambio de suma importancia con respecto a la posibilidad de mantener la unidad e identidad de España y la introducción de las reformas necesarias en el llamado Régimen del 78, que a punto estuvo de agonizar irremediablemente en una vuelta al enfrentamiento violento de las denominadas dos Españas.
La bisagra esta hoy ocupada, principalmente, por un partido como Ciudadanos que supone un resurgir electoral del centro reformista, en la línea del que Suarez pretendió introducir frente a PSOE y PP en su tiempo, pero que no logró por falta de apoyo electoral (“me quieren pero no me votan” decía el Adolfo Suarez del Centro Democrático y Social).
Hoy, muchos españoles, tras la experiencia desastrosa del bipartidismo imperfecto y perverso de PSOE, PP y partidos secesionistas, están orientando su voto, en una tendencia en alza, hacia el nuevo centro que representa Ciudadanos. Cabe por ello cierta esperanza en la posibilidad de que se consolide un Sistema político estable, basado en partidos constitucionalistas, si se acierta con las reformas necesarias para introducir unos nuevos usos y costumbres propios de una Nueva Política, que destierro los usos que provocaron los abusos hoy por todos conocidos, de la vieja política. Pero todo se puede torcer si, frente a la necesidad de las reformas, se acabo imponiendo una mera política de coalición tácita, una especie de grosse koalition a la alemana, entre los aparatos de los todavía dos grandes partidos, PP y PSOE, para mantener sus meros y circunstanciales intereses de poder.