Por José Gabriel Real
En esta santa casa, Íñigo Lomana publicó un artículo criticando el estilo de un grupo de columnistas españoles que se enmarcarían en una corriente bautizada por él mismo como “prosa cipotuda”. La virilidad y la rimbombancia serían los rasgos definitorios de las piezas de estos periodistas. También les acusa de militar en un “extremo centro” donde impera la equidistancia política. Agradezco profundamente ese ejercicio de cobardía u omisión porque me interesa poco o nada el color de la papeleta que meten en la urna. Me conformo con que aporten su mirada a la noticia y encuentren un enfoque original, alejado del trato frío de la información convencional, requisitos que todos cumplen con creces. A diferencia de otros columnistas que, repartidos a ambos lados del arco mediático, confunden sus tribunas con los atriles de un mitin del partido de turno, vomitando clichés y lugares comunes, más próximos a un argumentario que a una lectura lúcida y sosegada del paisaje político.
La selección de los textos citados es sesgada y torticera, como si las carreras profesionales de estos autores se asentaron única y exclusivamente sobre los rescoldos narrativos de sus polvos y borracheras. En “Nos vemos en esta vida o en la otra”, Manuel Jabois firma un extenso reportaje de investigación sobre Gabriel Montoya, el único menor de edad implicado en los atentados del 11 M. El propio Jabois reconocía en una entrevista a Eldiario.es que no se “iba a poner a hacer poesía” con ese caso. Aunque Juan Tallón suele partir de historias personales ambientadas en los bares, no es menos cierto que en “Libros peligrosos” desgrana una lista de cien obras en un tono y estilo totalmente diferentes a la tónica habitual de sus columnas. En Voxpopuli, el escritor gallego reconoce que “los primeros artículos de su blog eran más desinhibidos, pero con el tiempo se fue modulando”. Esta reflexión me recordó a una respuesta de David Gistau en una entrevista a Jot Down en la que confesaba que sus resacas eran un tema recurrente en las columnas que publicaba en La Razón con veintitantos años. Ningún autor pueda desligarse de su entorno y contexto vital cuando se sienta en frente del ordenador. El error estribaría en convertir la anécdota en norma, subordinando el ego a la actualidad. Y salvo contadas excepciones, no es el caso en la corriente que nos ocupa.
Lomana nos advierte del peligro que se avecina si esta tendencia se vuelve canónica. Craso error cometerían los estudiantes de Periodismo si intentaran copiar la impronta cipotuda. Pero nadie está a salvo de escapar del sedimento cultural que forman nuestras lecturas, películas y/o canciones favoritas. El esfuerzo y el talento terminarán cribando y perfilando los rasgos de las plumas venideras. Hasta Pablo Iglesias, ese líder político que niega ser un “macho alfa” en su partido y aboga por “feminizar la política” con azotes a Mariló Montero, corrió a aplaudir el artículo de Íñigo (Lomana, no Errejón) en Twitter y en su blog de Público. Le preguntaría si la jota de Echenique (“chúpame la minga Dominga…”) y su versión de Un burdo rumor en la que comparaba el tamaño de su polla con la de Albert Rivera, también se catalogan dentro del género cipotudo, o son sencillamente seminales. Y es que, entre la corrección política, el ruido de las redes sociales y el miedo a dejar de parecernos a lo que se estila en Internet en función de la respuestas recibidas, nos la estamos cogiendo (la prosa) con papel de fumar.