Por Mario Martín Lucas
España ya tiene gobierno, marcado por el continuísmo y la previsibilidad; tras 315 días en funciones, Mariano Rajoy se ha sucedido a sí mismo y el nuevo tiempo ha llegado con promesas de pactos, negociación y dialogo, pero con un equipo de ministros que mantiene al 72,72% de quienes le acompañaron en la interinidad de estos diez meses.
Su continuismo era previsible, formando ambos rasgos parte del personaje, y el mensaje que deslizó en la segunda jornada de su reciente investidura no dejaba margen a otra posibilidad, al reafirmarse en su negativa a modificar ningún extremo de las medidas más polémicas de su primer mandato, como la reforma laboral.
El bloque económico de su primer gabinete permanece inalterable, manteniendo el reparto de papeles entre Luis de Guindos y Cristobal Montero, con Fátima Báñez continuando al frente de Empleo, apareciendo un nuevo guiño de refuerzo de poder a Soraya Sáenz de Santamaría, al elevar a ministro a su próximo Álvaro Nadal.
Dolores de Cospedal irrumpe finalmente en el consejo de ministros, al frente de Defensa, en un departamento marcadamente institucional, para el perfil de más peso político del gabinete, cuyos pasos sobre las gruesas alfombras de Moncloa prometen deparar los momentos de mayor morbo de la legislatura.
El gusto por la discreción, no alzar la voz y el perfil bajo, de Mariano Rajoy, en sus colaboradores y a su alrededor, es premiado con la continuidad de Isabel García Tejerina, Rafael Catalá e Iñigo Méndez de Vigo, quienes podrían haber formado parte de cualquier gobierno de tecnócratas de los que hubo en España a finales de los años 60’s y primeros 70’s del siglo pasado. Evitando incorporar al gabinete a nadie que pudiera hacerle sombra, se llame Núñez Feijóo o de cualquier otra manera.
Las únicas salidas afrontadas por Rajoy las protagonizan Margallo, Fernández Díaz y Morenés, a petición propia el tercero, convertido en incómodo el primero y superado por sus actos el segundo. Sirviéndoles de coartada, a los tres, su edad.
Rajoy vuelve a recurrir a Bruselas para encontrar un ministro de Exteriores, en esta ocasión aún más funcionario que político.
En clave interna de partido, promociona a Iñigo de la Serna a Fomento, volviendo a buscar para Interior los mismos rasgos que ya persiguió hace cinco años, siendo ahora el agraciado Juan Ignacio Zoido; y la pérdida expresada de la cuota catalana ha sido equilibrada con la entrada de Dolors Montserrat en Sanidad, que pasa a ser la cuarta mujer a la que el PP designa para esa cartera (tras Ana Mato, Ana Pastor y Celia Villalobos).
Continuismo también para la vicepresidencia, que se mantiene como única, abandonando la portavocía, al parecer, por decisión propia, pero reteniendo el CNI, siempre anhelado oscuro de deseo y poder; asumiendo la relación directa con las comunidades autónomas y protagonismo central en la “agenda catalana”.
El mensaje deslizado con la composición del nuevo gobierno es puramente “mariano”, cierto es que cualquier otra cosa hubiese sido sorprendente, tanto como esperar, de verdad, real vocación de negociación, pacto y acuerdo.
Para empezar veremos qué sucede con la exigencia de Ciudadanos de que antes del 30 de noviembre se recupere el efecto de lo no ingresado por la reforma fiscal de Montoro, que ya pronosticamos quedará en nada.
Este gobierno, marcado por el continuismo, está apoyado por una minoría parlamentaria, pero tiene un as en la manga, exactamente en la de Mariano Rajoy, ya que en cuanto los apoyos, por activa o pasiva, de Ciudadanos y PSOE se resquebrajen, convocará elecciones generales, pero como ya ha dicho la presidenta andaluza, y “lideresa” de facto del aparato del PSOE, que hasta primavera no decidirá si presenta su candidatura a la secretaría general socialista, parece obvio deducir que la actual gestora ya habrá plasmado un acuerdo que le permita mantenerse al actual gobierno del PP hasta más allá del esperado anuncio de Susana Díaz, lo cual llevaría implícito la aprobación de los presupuestos de 2017, así que con esas premisas Mariano Rajoy no tiene ninguna necesidad de dejar de ser continuista y previsible.