Por Mario Martín Lucas
"¡La broma ha terminado!", con esta frase calificó Groucho Marx la crisis acaecida tras al crack bursátil de 1929, cuyos efectos se prolongaron a través de los años treinta del siglo XX subiendo la tensión social, la indignación de la ciudadanía, aflorando caldos de cultivo como los populismos y los nacionalismos, que terminaron en la Segunda Guerra Mundial, al sumar la frustración económica de grandes capas sociales en muchos países, a otros efectos como la invasión de Polonia, la insatisfacción alemana tras las condiciones impuestas en el Tratado de Versalles, la falta de respuestas de las democracias ante la Gran Depresión o el ataque japonés a Pearl Harbor. Más de ochenta años después se repiten los mismos errores.
Hoy, tras ocho años desde la implosión de la crisis de 2008, la indignación social no hace sino incrementarse por supuesto en España, pero también en todos rincones de la vieja Europa, desde la Francia que ve crecer el fenómeno de Le Pen, al Reino Unido sacudido por el brexit, Italia o Alemania donde Angela Merkel tiene más dificultades para retener la confianza de sus conciudadanos que para dirigir la U.E. ante la falta de cualquier otro contrapeso que matice su liderazgo. Todo ello lejos de resolver la crisis de refugiados, lo cual supone un agravante más, con origen en todos los sinfines del planeta.
Trump será el nuevo presidente de los EE.UU, y quien sabe si Marine le Pen lo conseguirá también al frente de la República francesa, mientras Putin, como zar de todas las Rusias, ve, con satisfacción, como la Bolsa de Moscú es la única que sube ante los recientes acontecimientos, y los gobiernos ultraconservadores nacionalistas que dirigen Polonia o Hungría muestran su algarabía hacia la dirección que toma el nuevo orden mundial, donde dos palabras se imponen: inestabilidad e incertidumbre, y los errores se concatenan.
La crisis que empezó financiera y contaminó el mundo de la economía real, se ha combatido con la única receta de la austeridad y ello ha generado un incremento de la desigualdad, con mayor desempleo, pérdida de salarios, tanto en lo cuantitativo, como en lo cualitativo; un incremento de la oligarquía y gran descreimiento de la población frente a las democracias tradicionales, que ha terminado por hacer calar las recetas simplistas y populismo, volviendo a poner de actualidad pensamientos como los expresados por el presidente Monroe a principios del siglo XIX, haciendo bandera de la endogamia y el aislacionismo: “América para los americanos”, algo así como resumir que “los otros son el problema”.
Los mismos errores se repiten. De nuevo en nuestras calles, las del mundo occidental, hay un exceso de alineamiento en los planteamientos, donde el consenso y el respeto al otro parecen haber pasado a mejor vida, hoy no se intenta convencer, sino sólo vencer, cayendo en desuso los argumentos, solo prevalece el afán de imposición.
En la gran depresión el valor del oro se disparó como refugio, y eso mismo sucede hoy, donde el tablero del juego del poder se sitúa en dominar las reservas naturales y la producción de alimentos, fenómeno en el que China lleva años posicionándose, habiendo hecho de África el fortín de su colonialismo del siglo XXI.
El rasgo en común de ésta, y de aquella, crisis se puede enunciar en argot económico como un exceso de demanda, y el hecho de que el botón nuclear de los principales potencias militares del mundo esté al alcance de las manos de Putin y Trump no es, precisamente, nada tranquilizador.
La lista de conflictos armados hoy en el mundo es algo más que extensa: Siria e Irak, con el personaje de Bashar el Assad de por medio, en una disputa en la que EE.UU. y Rusia tienen puntos de vista diferentes, en la que Reino Unido y Francia tienen desplegadas fuerzas militares; Turquia, Yemen, Nigeria, Sudán, Burundi, las tensiones en el mar de la China Meridional, también con EE.UU. de por medio, etc… es tan demasiada extensa, que sería un error calificar a cualquiera de ellos como excepciones sobre la norma. Demasiada gasolina al alcance de una simple cerilla, a la espera de nuevos errores.
Tengo un buen amigo, cultivado en el mundo de la música, con quien debatimos sobre este exceso de paralelismos que vivimos entre nuestro mundo hoy y lo sucedido en los años treinta del siglo XX que fueron prefacio de tanto sufrimiento como luego devino, y como el “hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”, me sugirió palabras musicales para esta especie de ostinato (melodía obsesiva), que muy bien ilustró Camille Sée: “Dicen que la historia se repite, pero lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”; ojalá este doloroso Begin the Beguine, convertido en un machacón Bolero de Ravel, no pase más allá de conversaciones de café y nos demos cuenta, a tiempo, nosotros y nuestros dirigentes, que estamos en 2016 y no en 1930.