Por Santiago Molina Ruiz
La demagogia políticamente correcta está cargándose muchas cosas, pero sobre todo la cultura. Todos deben -debemos- tomar partido por los supuestamente buenos, y claro, evidentemente, sólo hay unos buenos y los otros son malos. No hay grises. Son malos por mera lógica los que no piensan igual o no tienen las mismas ideas o convicciones y, por tanto, se es vil pues si la masa establece que hay que pensar de una manera hay que hacerlo y quien se niegue, piense diferente o nada a contracorriente no tiene razón, y es un fascista.
Lo último ha sido la crítica en este medio a la forma de escribir de Pérez-Reverte en Falcó, la descripción de armas, forma de hablar… más de medio artículo son citas textuales del libro. El señor Pérez-Reverte dice que muchas veces los artículos vienen ya escritos, lo han tomado al pie de la letra.
El disenso -se supone- es la base del consenso y, por ende, de la democracia que, guste o no, funciona con sus discrepancias, contradicciones y con diferentes puntos de vista… y con libertad de expresión. Eso incluye, la libertad de producción y creación literaria, véase el artículo 20 de la constitución.
Es lógico, también, poder criticar libremente, pero la crítica que basa su argumento en la forma de hablar de un personaje que es un hombre amoral, de los años 30 del siglo pasado que se dedica a matar y a hacer otras cosas de la misma índole que tendría una concepción sobre las mujeres y, sobre todo, del mundo en general distinta a la que se tiene actualmente, se cae por su propio peso, es un producto de la imaginación y de expresión del autor. La crítica constructiva, que se puede sostener es la que juzga de forma imparcial, no la que por diferencias ideológicas pretende desmontar o desprestigiar al creador de la obra.
Para la verosimilitud de la obra -y/o por pura libertad que le ampara- es normal que haya diálogos del tipo que perfectamente se reproducen en dicho artículo. La descripción de armas en una novela que retrata un mundo cruel y que en muchas ocasiones se guía por ellas es un recurso cipotudo por lo que se ve, y la atracción que se puede sentir por las armas es sólo cosa de hombres; a las mujeres no les puede gustar. Qué raro que el arma de 007 ocupara planos en sus película, o que matara. Y el coraje como elemento único del hombre, por momentos no se sabe quién es el cipotudo -o cipotuda- si el autor -o autora- de la novela o el del artículo. Las mujeres pueden tener tanto o más coraje, y lo tienen. La reivindicación del valor, la fidelidad o el coraje no corresponde necesariamente a los hombres ni les pertenece a ellos, además, son conceptos laudables y necesarios, no como la cobardía que piden algunos. La amistad y la fraternidad que todos pregonan y predican vienen de la fidelidad y muchas veces del coraje y del valor. Porque así se fragua, con situaciones que los requieren.
La actual idiosincrasia de la sociedad genera una espiral del silencio digna de estudiar, si no pregunten a los que hicieron las encuestas en EEUU y se han sorprendido con la victoria de Trump. Se produce una coacción invisible pero palpable a la hora de expresar opiniones, ideas y las convicciones propias, algunas mejores que otras. Puede ser. Pero, en democracia, han de ser respetadas. La coerción nunca creará respeto. Ni la obsesión por los que piensan de forma diferente o describen armas y les gusta el valor, el coraje y la fidelidad.
"El payaso no soy yo, sino ésta sociedad monstruosamente cínica y tan ingenuamente inconsciente que juega a ser seria para disimular su locura" dijo el maestro Salvador Dalí sin faltarle razón. Y parafraseando al alatristemente criticado en el artículo: "Hay periodistas que dan lustre al medio y otros a los que el medio da lustre".