Por Manuel Fernández Lorenzo (profesor de la Universidad de Oviedo)
La victoria clara y contundente de Donald Trump frente a Hilary Clinton en las pasadas elecciones a la Presidencia de los EE.UU. ha provocado sorpresa y desolación para los seguidores de la opinión reflejada en la mayoría de los media que, descaradamente, no han mantenido una neutralidad como la prudencia aconseja en estos casos, sino que han tratado de ningunear al candidato que venía de fuera de la cerrada “clase política”, que ha ido cristalizando en las últimas décadas en las democracias occidentales, de lo que en España tenemos un ejemplo cercano en lo que se viene denominando de modo visceral la “casta política” o, en la Unión Europea, con los “burócratas de Bruselas.
En EE.UU. eran "los políticos de Washington", incluyendo Demócratas y Republicanos, pues Trump no gustaba a los actuales dirigentes de su partido que incluso le retiraron públicamente su apoyo para dárselo, como anunciaron los Bush, a su rival. Trump ganó sin embargo contra todo pronóstico y ahora, a toro pasado, es cuando puede resultar más seguro decir porqué ganó y contra quién. La política, en las cuestiones más encarnizadas, siempre es política contra alguien. Por ello debemos tratar de entender el fenómeno Trump, con la cabeza y fríamente, dejando de lado en lo posible, nuestras filias o fobias políticas, nuestras simpatías o antipatías personales.
Personalmente, Trump no me produce empatía. Su cara es inexpresiva, como si llevase una máscara. Por eso los psicólogos, que creen poder penetrar en la mente de las personas, han empezado a hablar de su lenguaje no verbal, expresado en sus manos o en sus actitudes corporales, que parecen en contradicción con sus palabras, por ejemplo, cuando se entrevistó con Obama al ser recibido en la Casa Blanca.
No es el Trump persona el que nos interesa analizar, sino el Trump que ha ido apoyando el elector que le dio la victoria. Ese elector está nucleado, como se dice, en torno a la América profunda del interior y no en la América de las dos costas del Este y del Oeste. Especialmente se habla de la clase obrera media de la zona de los grandes Lagos (Michigan, Detroit) que es la que ha perdido sus seguros empleos por la globalización económica que ha beneficiado a China y el emergente Sudeste asiático. Una clase media que ha asistido también a un crecimiento exponencial de la emigración incontrolada proveniente sobre todo de México y el centro de América, que entra en competición por los menguantes puestos de trabajo.
Como responsable de sus males han percibido la política de un liberalismo anárquico impulsada por Obama y los Clinton, en connivencia con poderosos empresarios, como George Soros, que preconizan un liberalismo económico global, para el cual era necesario derribar fronteras y aranceles a fin de encaminarse hacia una sociedad más igualitaria y democrática, no solo en cuanto a los derechos individuales, sino también en relación con un relativismo cultural y de género, como se dice ahora, que equipare las normas de grupos minoritarios con las de los grupos mayoritarios, hasta extremos que llevan a la dictadura de lo “políticamente correcto”.
En el caso de Europa nos ha afectado el intento propio del intervencionismo democrático de la política de Obama y Hilary de tratar de imponer con decisivo apoyo militar, la democracia en los países afectados por la denominada primavera árabe, pues de ello resultaron guerras y dictaduras islámicas con una ola de refugiados inasumible por la Unión Europea además de un terrorismo islamista que ataca a la propia ciudadanía europea. La propia EU, como pieza clave del proyecto Globalizador de Obama, se resquebraja con el inesperado brexit británico.
Lo que parece ocurrir entonces es que Trump ha pinchado la burbuja de una Globalización sin límite, que se presentaba como encaminada hacia la creación de un Estado mundial, como único centro de poder que podría acabar con los problemas globales del cambio climático, el hambre, las guerras, etc.
En realidad, esa Globalización había provocado una burbuja económica de capitalismo puramente especulativo que estalló con el impago de hipotecas de vivienda en el propio EEUU. Pero será difícil volver atrás hacia el aislacionismo de EE.UU.
Por eso se impondrá la necesidad de tener en cuenta, en el futuro, las fronteras de las economías nacionales y las diferencias culturales y civilizatorias que los fundamentalistas democráticos y representantes del pensamiento Alicia, como los denominaba Gustavo Bueno en relación con, el expresidente Zapatero, su clon español, creían poder despreciar en nombre de un humanismo utópico y abstráctamente igualitario. Se impone pues una visión más realista en la superpotencia norteamericana, que podríamos formular, parodiando al propio expresidente Clinton, diciendo: ¡No es la economía estúpido, son las fronteras!