Por Guillermo de Miguel Amieva (maestro masón).

A los masones, nos resulta muy ruidoso lo que sucede tanto en la vida pública española como en el contexto político internacional. Nosotros llamamos ruido a todo aquello que irrumpe disonando. Me refiero a la falta de armonía, y también a la falta de vertebración social y política. Se trata del simbólico ruido profano que nunca debe perturbar la paz de las logias pero que, cuando nos alcanza a todos, provoca alguna reacción, siquiera sea esta de respetuosa queja. Nos saca del silencio. Léase, no obstante, que escribo a título personal, si bien desde una mentalidad cultivada, en parte, dentro de las logias españolas.

Empecemos por su majestad Felipe VI y por los inaceptables sucesos acaecidos en el día de la apertura de las Cortes. En una logia, en la mía, por ejemplo -la denominada Paz y Conocimiento de Palencia-, hay masones monárquicos y los hay republicanos. Cuando concluimos la tenida celebramos el ágape fraternal, pero esa participación gastronómica guarda un solemne protocolo que principia siempre por un primer brindis por el jefe del Estado. El maestro de ceremonias se levanta, alza su copa y pronuncia una frase de este tenor: ¡Mis queridos hermanos, por orden del venerable maestro, brindo por el jefe del Estado español, su majestad Felipe VI! En este momento, todos los hermanos de la logia, tanto los monárquicos como los republicanos, se levantan para brindar en señal de respeto a las leyes que ordenan nuestra convivencia.

Fui maestro de ceremonias de mi logia el día en que nuestro jefe de Estado fue coronado, y, por consecuencia, tuve la oportunidad de ser uno de los primeros maestros de ceremonias del país que brindaron por su recién inaugurado reinado. Si en una cena privada de unos veinte masones se guarda respeto por el jefe del Estado, es porque en cada célula social del mismo se debe entrenar el respeto a las instituciones democráticas, y ello con independencia de las opiniones particulares al respecto.

Un acto institucional de apertura de las Cortes no es el lugar para que unos diputados escenifiquen el rechazo a una determinada institución que, además, protagoniza el acto. Las ideas y la discrepancia tienen su ámbito, e incluso su manera de expresarse, pero todos los políticos deben saber contenerse cuando ni tienen la palabra expresa, o cuando el protocolo impide la manifestación simbólica de las ideas. Es una falta de respeto que, desde el lenguaje iniciático de la masonería, como ya hemos visto, se describe como ruido profano. Algo totalmente inaceptable.

Hay mucho ruido en España. Los dogmatismos, los particularismos políticos de todo orden, incluido el independentismo, la demagogia excesiva, y también la falta de aceptación del otro, indican alguna disfunción de la convivencia. También pasa en el mundo. Acaba de ser elegido un presidente de Estados Unidos del que, en principio, no se espera la completa y civilizada aceptación de la diferencia y mucho menos la defensa a ultranza de los derechos civiles. A él, se le unen líderes políticos radicalizados en la ultraderecha que rompen con la armonía del orden internacional que hemos disfrutado hasta hoy.

Visto el mundo con la perspectiva de la vida en logia, todo esto nos preocupa mucho. En mi logia hay católicos, protestantes, un judío, espiritualistas, un hombre con una religión precolombina, y, dejando a un lado el mundo de las creencias religiosas, hay masones de derechas, liberales o de izquierdas. La logia se antoja un microcosmos donde superamos las diferencias de orden político y religioso mediante el encuentro tolerante en la fraternidad humana, estadio superior en el que la civilización merece ser calificada como civilizada. Era el sueño de la Ilustración europea. Debe seguir siéndolo.

A lo largo de mi vida como masón, he descubierto que las personas superamos las diferencias cuando tenemos un objetivo común. Entonces, la vida se socializa y se vertebra en torno a ese constructo colectivo. Para un masón, la práctica del ritual nos despersonaliza, abstrae nuestro ego y nos nivela, nos une formal y materialmente en la realización de un empeño superior. Un país, es más grande que una logia. Lo sé. Su proyecto colectivo tiene más enjundia, y, además, arrastra la inercia de su propia historia, a veces enquistada en luchas estériles. Pero no hay país que pueda sobrevivir a la invertebración, ni civilización que se sostenga sin el respeto esencial a su tradición. Una logia también se desmorona cuando sus miembros se distraen y provocan ruido.

Nuestra logia palentina funciona relativamente bien, pero hace tiempo que nos hemos aceptado en las diferencias, hace tiempo que compartimos un mismo objetivo y nunca dejamos de respetar a nuestra patria ni a las instituciones que la representan. Por eso, no nos gusta el ruido que se escucha.

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