Siempre bajo sospecha. De niño, callado. Por miedo a las represalias en casa me regañaban si insinuaba una duda sobre los logros de la Revolución. De joven, denunciando la tiranía de Fidel Castro ante compañeros que no querían creerme. Les incomodaba escucharme.

Yo, incluso para los más amigos, no tenía derecho a teñirles de sangre ajena la fotografía de un asesino con la boina calada. No sería yo quien les convenciera de que Castro había abandonado al argentino de gatillo fácil en el matadero de Bolivia. No me creyeron cuando les hablé de Camilo Cienfuegos o de Huber Matos. No reconocieron a dos de sus primeras víctimas escoltando al Comandante en Jefe entrando triunfante en La Habana el 8 de enero de 1959. Castro temía que un francotirador incontrolado le disparase. Cienfuegos y Matos le sirvieron de escudo. Poco después, Huber Matos fue encarcelado el 23 de octubre de 1959. Camilo -hijo de asturianos anarquistas y con un enorme prestigio entre los de Sierra Maestra- desapareció misteriosamente cinco días más tarde en un vuelo que partió de Camagüey.

Fidel sólo confiaba en su hermano, quien espera que su hijo herede la tiranía para que todo quede en casa

Diez meses después de derrotar a Batista –también carcelero, torturador y asesino- ya nadie entre los suyos podía hacer sombra al Máximo Líder. En el único en que confió siempre fue en su hermano pequeño, el que ahora pasea sus cenizas soñando con que su hijo, Alejandro Castro Espín, coronel del Ministerio del Interior, herede la tiranía. Así todo quedaría en casa. En una sola casa. La de los responsables del siniestro G2, herramienta de los jefes militares que controlan las principales empresas cubanas.

Mis amigos españoles no querían saber de estas historias. Por no saber no saben qué significa plantado en Cuba. Muchas víctimas de la tiranía, sí. En junio de 2006 entrevisté a Huber en Madrid. Maestro, cosechador de arroz y guerrillero, de los mejores cubanos, no se achicó ni ante Batista ni ante los Castro. Y lo pagó con veinte años de cárcel, eso sí, plantado. Así le pagó el difunto que le guardara las espaldas cuando entró en La Habana.

¿Somos fachas los que denunciamos que los Castro traicionaron a los cubanos multiplicando la represión y generalizando la miseria?

Pero cómo culpar a mis compañeros de entonces, si hoy, casi sesenta años después, millones de españoles cambian de conversación cuando les recuerdas que sus admirados Fidel, Raúl y Ernesto encarcelaron a homosexuales en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción. ¿Cómo culparles si el rey emérito va a rendir honores al asesino de los niños que murieron en el Remolcador 13 de Marzo? ¿Cómo explicarles que los Castro se sirven de miles de adolescentes cubanos que por menos de nada se ofrecen a los miserables extranjeros que son capaces de disfrutar con su sufrimiento?

¿Somos fachas los que denunciamos que los Castro traicionaron a los cubanos multiplicando la represión de Batista y generalizando la miseria? ¿Lo somos por decir que únicamente los que condenamos a Fidel y a Raúl podemos condenar los asesinatos de Pinochet? ¿Por no ocultar que Castro deja a los cubanos los escombros que rodean 200 cárceles, a sus militares los hoteles para extranjeros y a sus hijos 900 millones de dólares?

La medicina española le alargó la vida y ahora va Juan Carlos a rendirle honores al liberticida que destrozó la vida de miles de españoles

Diez años atrás, el talento del cirujano español García Sabrido y las medicinas que le envió Esperanza Aguirre le alargaron la vida, y ahora va Juan Carlos a rendirle honores al liberticida que destrozó la vida de decenas de miles de españoles. Y lo peor es que nadie ha de sorprenderse, cuando Franco murió, Castro decretó tres días de luto en su finca. Porque fue su finca, de la que intentarían huir todos los que en la facultad simulaban no escucharme cuando les hablé de sus crímenes.

Sí, me costó y lo recuerdo con pesar, pero al menos en Madrid no me regañaban en casa cuando les advertía de que aquí no me iba a callar. Ya callé bastante en La Habana. Y no me quejo, otros sufrieron y sufren muchísimo más que yo. Al menos me sirvió para no renunciar a la verdad. De la que no quieren saber centenares de periodistas españoles y muchos de los que fueron mis compañeros en la universidad. Quiera Dios que dentro de dos años ni ellos ni yo sepamos de Alejandro Castro Espín. No siempre van a ganar los malos. Y por lo que parece también se mueren. Tardan lo suyo, pero se mueren.

*** Víctor Llano es periodista.

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