El pasado mes de octubre Neil MacGregor, antiguo director del Museo Británico, denunciaba que Gran Bretaña había renunciado a valorar los aspectos negativos de su Historia, quedándose solo con los positivos. Pues bien, en el lado contrario de este proceso se encontraría España. La conmemoración del pasado 12 de octubre ha reavivado este debate.

En La conjura silenciada contra España analizo una por una las acusaciones de dicha leyenda injusta y en gran parte falsa, desmontando sus mentiras y exageraciones ¿Cuáles han sido y son las causas del nacimiento y perdurabilidad de una leyenda hispanófoba que afecta negativamente a nuestra autoestima colectiva y a nuestro progreso social y económico? Y sobre todo ¿por qué ha conseguido mantenerse en el tiempo?

Primero, porque sus creadores fueron muy astutos, poderosos y persistentes. La hispanofobia servía a sus intereses para eliminarnos como potencia dominante y competidora (hemos olvidado que fuimos durante siglos el enemigo a batir), y segundo para tapar sus propias leyendas negras. Hoy pocos se indignan de que el 95% de los indígenas canadienses murieran durante el proceso de colonización, de que los pocos indios norteamericanos que sobrevivieron vivan hoy en reservas, de que solo la represión de las brujas en Inglaterra causara más víctimas que la Inquisición en toda su historia, o del escándalo de la esclavitud afroamericana, solo prohibida en los Estados Unidos en 1865, mientras que España ofrecía desde 1688 libertad a los esclavos que lograran llegar al fuerte Mosé en San Agustín (Florida).

Ahora bien, esta extraordinaria campaña de difamación no hubiera triunfado sin el impagable concurso de un conjunto, en ocasiones personas muy relevantes, de ingenuos hispanobobos. Sorprende la pasión que algunos españoles ponen en criticar a su país. Nunca encuentran al lado de las potenciales acusaciones, algún tipo de loa o virtud: como que los españoles inventaron los derechos humanos, precisamente aplicándolos a los indios, o que sus reyes redactaron la primera legislación laboral moderna reconociendo derechos a los indígenas de los que carecían gran parte de los europeos. El propio Humboldt a principios del siglo XIX se sorprendía de la industria y cultura de México y de la ausencia de corrupción entre sus dirigentes. Más de 25 universidades fundadas en Hispanoamérica y un sinfín de hospitales en los que se atendía de igual forma a indios y españoles.

Otro ejemplo fue la reacción nacional ante el desastre de 1898. La pérdida de Cuba y Filipinas fue debida en gran parte a la intervención torticera de los EEUU. ¿Reacción política y social en España? Gran crisis de autoestima nacional, golpes de pecho y pesimismo colectivo, incluso entre nuestros mejores intelectuales. Y sin embargo, tras la guerra franco-prusiana de 1870, Francia perdió a manos de Alemania, Alsacia y Lorena, dos partes que consideraban inseparables de su territorio ¿Reacción política, social e intelectual? Gran campaña contra Alemania y reivindicación del orgullo nacional herido a manos de una potencia perversa extranjera culmen de todos los males y defectos.

El problema es que los hispanobobos se han acabado convirtiendo en los ingenuos cómplices de los hispanófobos: abril de 1998, uno de los mayores desastres ecológicos en nuestro país lo provoca la empresa sueca Boliden en Aznalcóllar, cero influencia en la consideración de los españoles hacia el ecologismo de los suecos; abril de 2010, el mayor vertido de petróleo de la Historia lo hace la compañía británica BP en el Golfo de México, cero críticas a su gobierno o a la típica flema británica; marzo de 2015, un avión de Germanwings se estrella con 150 pasajeros a bordo, la compañía no cumplía las recomendaciones de la IATA, cero afectación a la imagen de eficaces y cumplidores de las normas de los alemanes y de su gobierno.

Prueben a imaginar que cualquiera de esos hechos lo hubiera ocasionado una empresa española o que el gobierno español pudiera tener parte de responsabilidad. Los golpes de pecho y el harakiri cultural se oirían en Upsala. Mientras otros han empleado el mecanismo del chivo expiatorio recurrentemente para echar las culpas de sus males a un tercero, en España la tendencia más frecuente ha sido culparse unos españoles a otros o asumir una culpa colectiva. Basta comparar el debate político y social acaecido ante el atentado más terrible de nuestra historia (11M) y la que ha tenido lugar en Francia ante parecidos sucesos más recientemente.

No se trata de huir de la necesaria y sana auto-crítica, sino de preguntarse por qué a estas alturas el mayor enemigo de España siguen siendo algunos españoles que promueven un generalizado desaliento en relación con nuestro pasado o con gran parte de nuestro presente ¿A quién beneficia este proceso?

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