La llegada de Johan Cruyff al FC Barcelona significó algo más que una etapa gloriosa para la entidad. Más allá de los títulos, el menudo holandés dejó en su legado una identidad. Desterró el victimismo tan recurrente cuando venían mal dadas y a partir de un juego reconocible construyó un equipo de época admirado más por su juego que por la notable cosecha de títulos, entre ellos la primera copa de Europa para el club. Hoy esa identidad está en entredicho tras perder el sentido de equipo y abrazar a la MSN (Messi, Suárez, Neymar) como si fuera la panacea, esas siglas rimbombantes que desde Barcelona se encumbraron a eslogan para rivalizar con la BBC (Bale, Benzema y Cristiano) del Real Madrid.

El tridente nació la noche del 11 de enero ante el Atlético de Madrid cuando los delanteros azulgranas se deshicieron del equipo rojiblanco y el conjunto de Luis Enrique cogió pista hacia un triplete tan deseado como recordado. Desde la marcha de Guardiola y la fatalidad de Tito Vilanova, el entrenador que debía prolongar la obra de Pep, el club había entrado en barrena. Ni siquiera la llegada de Neymar, un brasileño que recordaba a la pléyade de estrellas brasileñas que potenciaron al club azulgrana en los noventa, sirvió de acicate a un grupo que necesitaba ilusionarse de nuevo.

Esa noche además sirvió para enterrar un conflicto que amenazaba con dinamitar un proyecto que edificó Andoni Zubizarreta. El director deportivo fue destituido precisamente esa noche tras delegar toda la responsabilidad de la sanción de la FIFA por la contratación de menores en el actual presidente, entonces vicepresidente deportivo, Josep Maria Bartomeu. La derrota de esa noche en Anoeta, con Neymar y Messi en el banquillo, provocó un cisma entre Leo y Luis Enrique que se acentuó cuando al día siguiente la estrella argentina se ausentó del entrenamiento a puerta abierta del día de Reyes.

Entonces, sólo la gran sintonía entre Neymar, Messi y Suárez, salvó al equipo de descarrilar en la Liga. Lo que sucedió es que el entrenador reubicó a Messi como falso extremo, Suárez actúo de 9 y el equipo amplió su abanico. Al habitual juego de posición, a partir siempre del 4-3-3, con el centro del campo como origen del juego, añadió la capacidad de salir rápido si la jugada lo demandaba, gracias a la precisión y velocidad de tres futbolistas sobresalientes como son Messi, Suárez y Neymar. Lo que empezó siendo un recurso se ha tomado como costumbre y con ello se ha perdido sintonía en el juego. El equipo ya no domina los partidos como acostumbra y en esa incertidumbre sólo se atisba un chispazo del tridente para solucionar el trámite. El Barça o te baila o le bailan. Y ahora le cuesta coordinar la coreografía adecuada.

Tras la marcha de Guardiola, que perfeccionó la obra iniciada por Cruyff, el club entendió que debía reinventarse para mantener su dominio. Sucede que Luis Enrique, en esa búsqueda de un nuevo manual al ideario azulgrana, de tanto querer evolucionar el juego lo ha involucionado hasta el punto de que ya no se reconoce. El vértigo ha sustituido al juego de posición. Los volantes ya no tocan sino que corren en busca de un tridente que ha pasado de ser el punto y final, al origen y fin de un juego simplificado.

Se toma la falta de actitud como un problema puntual y centro de todos los males cuando el problema es estructural. Un término, la actitud, que siempre fue denostado por el creador azulgrana Johann Cruyff. Coartadas para esconder un problema de raíz. “Debe correr el balón, no el jornalero”, decía el holandés.

En Barcelona ya no silba el balón, la línea recta ha sustituido a la triangulación, e incluso un portero como Ter Stegen elegido, entre otras virtudes, por el juego con los pies se ve obligado a dar el pelotazo ante la ausencia de línea de pase -21 pases en largo se vio obligado a dar en Anoeta-. Desde Cruyff el fútbol del Barça siempre fue de los centrocampistas. El resultado hijo del juego. Un dogma que a base de intentar reinventarlo ha terminado por hacerse añicos.

La ausencia de Xavi, imagen del mejor Barça de la historia, no ha sabido ser reemplazada con éxito. Sólo Iniesta, Busquets y Messi son capaces de hilar por momentos el juego que hizo del Barça un equipo singular. Y es que el equipo a base de estirar el tridente, la MSN, se ha descosido y sólo Iniesta es capaz de poner orden en el caos. A su lado, crecen Busquets y Messi, Suárez juega de 9 y Neymar de 11. A partir del orden, por tanto, crecen los solistas y suena mejor la partitura.

La lesión de Iniesta en Mestalla reveló problemas donde antes el equipo encontraba soluciones. El centro ya no es el germen del juego sino una zona de tránsito para entregarse a los delanteros. En ese viaje el conjunto azulgrana se ha convertido en un equipo vulgar. La indefinición domina el Barça y sólo tres nombres -Iniesta, Messi y Busquets)- recuerdan a una época ahora lejana y añorada.

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