Visitar, contemplar y apreciar la obra de Renoir al margen de las imágenes y de los libros, es una sensación de emotividad extrema. Tener al alcance de la mirada, y casi del tacto la luminosidad, sensibilidad y exquisitez del gran maestro francés, que supero con su pasión creadora su artrosis deformante, es todo un acontecimiento para los visitantes de exposiciones, y un placer sublime para los amantes del arte.
La Fundación Mapfre presenta Renoir entre mujeres. Del ideal moderno al ideal clásico. Colecciones de los museos d’Orsay y de l’Orangerie, muestra en la que además el público catalán tiene la gran oportunidad de contemplar una de las obras más significativas, y quizás más emblemáticas del gran maestro francés: Bal du Moulain de la Galette.
Una exposición con más de 70 piezas, en la que no sólo consta la obra dedicada a la mujer de Pierre Auguste Renoir (1841-1919), sino que también rinde homenaje a los pintores catalanes que desarrollaron su carrera en el París de finales del siglo XIX y que llevaron a sus lienzos los edificios y la atmósfera del Moulin de la Galette. Artistas como Santiago Rusiñol, Ramón Casas, Carles Casagemas y Manuel Feliu de Lemus se inspiraron en el mítico rincón de Montmartre como reflejan algunas de las obras expuestas. Estas obras han sido cedidas por coleccionistas e instituciones que han querido sumarse generosamente a este proyecto, pensado específicamente para Barcelona.
La exposición se complementa además con algunas obras de Vincent Van Gogh, Maurice Denis, Edgar Degas, Pierre Bonnard, Pablo Picasso, Aristide Maillol y Richard Guino en las que se aprecian semejanzas, influencias y colaboraciones entre Renoir y los artistas coetáneos.
Cuadros de una Exposición.com destacó en la crítica realizada la muestra El triunfo del color, con la que Fundación Mapfre aterrizó en Barcelona a finales del 2015, con referencia al Impresionismo y el nacimiento del mismo: “Es necesario recordar que el Impresionismo y el Post-impresionismo son una reacción técnica, por lo que es preciso buscar sus precedentes desde este punto de vista de la materialidad pictórica, destacando también como la evolución en la industria de materiales, proporcionó estos nuevos conceptos, ya que aparecieron los primeros tubos de pintura de forma industrial, que evitaban el moler los pigmentos, y permitieron los juegos lumínicos tan identificativos del Impresionismo”.
Ha sido necesario recordar de nuevo este párrafo, porque sin el mismo no puede entenderse la innovación y la experimentación que supuso el Impresionismo, y Renoir como máximo exponente del mismo, que además fue el más comercial de los maestros de este estilo pictórico.
Fue uno de los pocos artistas, cuya técnica, obediente tan sólo al espíritu, se enriqueció y se simplifico constantemente. Su temperamento de fogoso colorista, siempre permaneció acorde con su talento juicioso. Sus cuadros más juveniles manifiestan la influencia de Courbert.
Su dibujo añade un dulce redondeamiento a las formas femeninas principalmente, su color es como una explosión floral, su composición responde a un feliz ritmo y su visión de la desnudez de las mujeres, evidentemente muy influenciada por Rubens y Tiziano.
Técnicamente, la obra de Renoir se enmarca dentro de una pincelada muy fluida. Por lo general, las capas de pintura son finas y están compuestas a base de amplios trazos. En los rostros femeninos, se aprecia una tonalidad cálida en la piel y en el cabello.
Si en sus retratos el rostro es bello y la mirada apartada, sus figuraciones femeninas, especialmente sus desnudos son voluptuosos, sensuales, vibrantes. La dama de rostro distante se transforma en una mujer extremadamente carnal, y en sus rostros no se aprecia distancia sino picardía, atrevimiento… ofrecimiento. No hay altivez ni elegancia; hay realidad y deseo.
Sus maternidades no son ni virginales ni etéreas. Son igualmente carnales, y en las mismas se aprecia el mismo distanciamiento de las mujeres elegantes. No son maternidades idealizadas sino demasiado reales. Renoir presenta a la mujer que amamanta, o que juega con el niño, de forma sencilla, pueblerina, incluso podría decirse que tosca en el posado, como si el hecho de dar a luz fuera contemplado por el pintor como algo solo para clases trabajadoras.
En sus paisajes, Renoir resulta alegre, vital, colorista. Siempre presente la eterna primavera o un sosegado verano. La pincelada es ligera, fluida y equilibrada. El color vibrante y el juego lumínico radiante. En sus floreros, sin lugar a dudas, hay luz y color, pero no hay romanticismo. Son solitarios ramos de flores, o incluso de frutas, que simplemente sirven de entretenimiento, y de ensayo para futuros temas.
La exposición también recoge también una serie de esculturas en las que Renoir realizaba el boceto y el escultor Richard Guino llevaba al bronce, al yeso o el mortero policromado.