La Ley de la Dependencia fue de lo poco asumible de Rodríguez Zapatero. Lástima que la parió sin sustancia (asignación de créditos) y a destiempo (cuando la crisis arruinaba proyectos y realidades).

Con ese mascarón de proa, después de años de bien merecido ostracismo, el PSOE que aspira a resurgir ha rescatado al susodicho. Pero -pésimos tiempos los presentes en los que es necesario señalar lo evidente- si lo evidente es la circunstancia, el dato, la reflexión, el señalamiento de que si el sediciente partido socialdemócrata, cuanto más pujante antes ahora caduco, necesita y pretende resurgir, no parece que el procedimiento más adecuado sea el de rehabilitar a su -casi- enterrador.

Reconózcanlo sin ambages los socialistas que aman a su partido: Zapatero, a más de un accidente y un error, fue una catástrofe. Para ellos y para los españoles -mayoría- que no sienten como ellos. Si en lugar de volver a ser imprescindibles, buscando sobrevivir recurren a lo catastrófico, lo más probable es que cosecharán catástrofes.

Se diría que se libraron y libraron a España de la de Pedro Sánchez, pero no está claro que Susana Díaz no vaya a ser la segunda edición de de esa misma amenaza.

Por la sempiterna razón tan conocida por nuestros antiguos: no se puede estar en misa y repicando, a sopas y sorbiendo.

¿Que no se me entiende?

Nadando y guardando la ropa.

¿Ahora sí?

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