Se fue en la Pascua de Navidad. El Artista más importante del cine español en el último siglo XX y parte del XXI deja el plató a sus noventaitantos años de gloria. Artista, sí, con jerarquía de méritos y A mayúscula. Presentado hoy en día como “director artístico”, en esta moda de síntesis de dos vocablos que unen orden con abstracción para ocultar el nombre concreto de un oficio: Decorador, en este caso. Don Gil, asturiano de Lastres y formado entre las bombas de un Madrid en guerra en Academia de San Fernando, representa, nada menos, que la Decoración del imaginario que soporta la “fábrica de los sueños”. Su medio es el cine: ese arte de artes, donde tantos oficios se fusionan para realizar una sucesión de fotos racionales que pretenden reflejar el formato de una ilusión.

El cine así entendido se bifurca en arte e industria; mueve corazones, inventa realidades y genera egos, mayormente de directores y actores, que son los que absorben el protagonismo desde su vanidad de alfombras rojas. Pero para que estos sujetos lleguen a representar ese estatus hace falta que antes, mucho antes, se haya construido un mundo desde la idea, la palabra y el espacio.

En esa línea de combate, encontramos a nuestro hombre haciendo del espacio, sentido. Parrondo es un artista clásico, es decir, un artesano. Un trabajador que recorre un imaginario que empieza en el 39 como discípulo del gran Sigfrido Burmann en cine de posguerras, blancos y negros de calles con faroles de Edgar Neville y decorados que compiten en ciudades reconstruidas. En esta doble reconstrucción de un país y su expresión artística se empieza a hacerse tecnicolor y estética de multitudes con la inversión Bronston de estudios que parecen Roma.

Parrondo nos enseña en ese viaje que decorar no es ornamentar. Es vestir un espíritu que nos hará, no sólo comprender el factor humano de los actores, sino ayudar a definir el punto de vista del autor. Como aquel tan peculiar del maestro Welles, cuya cámara baja enfoca, desconcertante unos techos infinitos. Decorar, en fin, es encarnar la letra de una idea nacida en guión, para desarrollarse libre en espacios que serán la Circunstancia de los “yos” que crean la historia.

A Parrondo lo querían aquí y allí porque además conocía cada rincón de España. Aquella que nació en el infinito de un río mínimo de su pueblo y cuya educación primera de su mirada le hizo ver la realidad de un paisaje de arena interpretándola en el mundo limpísimo y épico de Lawrence de Arabia, o crear una Rusia revolucionaria desde un Madrid nacional católico o una Soria nevada.

Diseñador pionero de la gloria internacional con dos premios Oscar, cuando era impensable ganar una estatuilla semejante. Su gloria en España no cayó nunca,pues en su gremio fue siempre reconocido como maestro, llegando los títulos de la mano del gran Garci. Respetado dentro y fuera, humilde y currante de proyectos con sus 9 décadas, Gil Parrondo nos deja en una Nochebuena para recordarnos que los artesanos mueven el mundo, porque lo ven y construyen mejor que nadie. La muerte, imagino con seguridad, le habrá llegado bella. Pues un hombre forjado en interpretar los espacios vitales, se merece salir por la belleza de pasillos sublimes que dan a la eternidad.

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