Nunca ha sido el Madrid un equipo de entrenadores. Su historia y su leyenda se han escrito a partir de sus figuras, siempre con entrenadores del llamado perfil bajo, no tanto por sus aptitudes para el puesto sino por su exposición mediática. La llegada de Zidane y su éxito hasta el momento parecen contradecir en cierta forma esta máxima en la terna de entrenadores que han grabado a fuego el nombre del club como tótem europeo. Su llegada al banquillo de la primera plantilla estuvo eclipsada por el recuerdo del Zidane futbolista. La sensación de fascinación aquel 9 de enero de 2016 del Bernabéu ante el Deportivo remitía a la huella que dejó su legado como jugador más que a las expectativas que podía generar como técnico. El rendimiento del Castilla bajo su mando hacía que se tuviera cierta cautela con el recorrido que podía tener como técnico del primer equipo.

La trayectoria del ahora preparador galo como dueño del banquillo del Bernabéu ha estado acompañada de una practicidad asombrosa. El francés no aspira a un equipo de autor como si pueden buscar Guardiola, Simeone o incluso Mourinho. Zidane aspira a ganar a partir de los elementos de los que dispone. Suele decir que el sistema y el esquema no importan porque lo que cuenta es la idea y la intención y que los jugadores que ponga den algo. Una heterodoxia que concuerda con la atmósfera en la que se mueve. El éxito del club blanco nunca ha sido a partir de su relación con la pelota sino a partir de la forma de relacionarse con sí mismo, con el rival y con el ambiente. De esa manera, salvando el período de la Quinta del Buitre, ha levantado el Real Madrid su identidad. A diferencia del Barça, que precisa del juego para ser competitivo, el Madrid necesita más la paz institucional. Una paz que ha logrado atraer Zidane. Algo digno de admirar en una institución tan convulsa como la de Concha Espina.

Cuando Zidane fue elegido por Florentino Pérez para sustituir a Benítez lo hizo en un momento especialmente sensible para la institución y su presidente. Su figura como leyenda del club fue utilizada por el presidente para sofocar un incendio que empezó a emitir sus primeras señales con la llegada de Benítez. La designación del técnico madrileño como dueño del banquillo, junto a la salida de Ancelotti, no contaron con el respaldo de la plantilla, que no dudaron en manifestar su apoyo al entrenador italiano a pesar de que todos sabían que no seguiría la próxima temporada.

Zidane no cambió demasiado el esquema utilizado por sus predecesores. El estilo de un equipo lo dictan las características de los jugadores, que en el caso del conjunto blanco lo marcan sus delanteros. A partir de la presencia innegociable de Cristiano, Bale y Benzema Zidane debía compensar el equipo para hacerlo competitivo. Tras ciertos titubeos, concluyó que la competitividad del equipo pasaba por la presencia de Casemiro como ancla en el mediocampo. Algo que insinuó Benítez pero que no se atrevió a ejecutar. A partir del brasileño dio vuelo a Kroos y Modric a la par que el equipo ganaba en consistencia. Por el camino se inquietaron Isco y James. La inclusión de Casemiro en el 4-3-3 les perjudica al ser un dibujo que prescinde del mediapunta.

La victoria blanca en el Camp Nou, con un jugador menos y remontando el gol de Piqué, reforzó las convicciones del técnico francés y permitió al Madrid acercarse más de lo que cabía esperar al conjunto azulgrana. En un año, Zizou ha conquistado la undécima Copa de Europa del Madrid, una Supercopa de Europa y un Mundial de Clubes. Además, alcanzó una racha de 40 partidos oficiales sin conocer la derrota.

Tras su primera temporada y media el francés, a falta de un estilo definido, ha hecho del eclecticismo virtud y ha dado carrete a los 24 jugadores de la plantilla. No sólo ha manejado los egos con una suficiencia sorprendente incluso para algunos técnicos más experimentados, sino que ha instaurado una sensación de justicia nada sencilla en una plantilla plagada de estrellas. Entre sanciones y lesiones, jugadores llamados a tener un papel secundario, o incluso irrelevante, caso de Kiko Casilla o Asensio, han pasado por las alineaciones con una naturalidad aplastante.

Entre las mil caras de Zidane, parapetado tras esa sonrisa perenne, cabe destacar también su habilidad para manejarse en la sala de prensa. Nadie podía pensar que se desenvolvería con esta soltura tras haber sido un jugador parco en palabras. Una faceta, su ejercicio mediático, nada desdeñable en un club sometido a un infierno por parte de los medios que en ocasiones termina por ahogarle. Este episodio lo ha resuelto con la misma eficacia que el resto de retos que se encontró al llegar. El galo ha desmentido a aquellos que le señalaron como un simple pacificador. En el conjunto blanco no sólo reina la paz. También se disfruta de un juego que hacía tiempo que no se veía en Chamartín. El Madrid de Zidane también sabe jugar de maravilla. Es la heterodoxia en un club heterodoxo.

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