Crítica teatral a 'Juicio a una zorra', programada en El Pavón Teatro Kamikaze, sobre texto original de Miguel del Arco, dirigida por él mismo y protagonizada por Carmen Machi.

La ciudad de Troya cayó vencida, tras diez años de asedio, al no detectar el veneno que encerraba en su interior el regalo de un gran caballo, hábilmente ocupado por las tropas griegas y espartanas que, de esa forma, fueron capaces de llegar al interior de la ciudad, con la inteligencia y astucia que se rebelaron como más eficaces que todas las artes militares convencionales que no lo habían conseguido durante ese decenio.

La causa de ese enconamiento, que tomó cuerpo en la madre de todas las batallas: la guerra de Troya; estuvo en un pequeño cuerpo, pero de una gran belleza, el de Helena de Esparta, mujer capaz de seducir a cualquier hombre que se propusiera; hasta que ella misma cayó presa de su propia habilidad y no pudo ver más allá del bello París, abandonando Esparta, mientras su marido, Menelao, se ausentó a Creta para asistir al funeral de su abuelo materno, siguiendo tras los pasos de Paris hasta Troya: la guerra estalló consecuencia de los chispazos del amor y la pasión, toda una metáfora dolorosa que ha seguido repitiéndose a lo largo de la historia de la humanidad.

Miguel del Arco utiliza la mitología griega y uno de sus personajes centrales, para trazar este emocionante texto de juicio a una zorra y darle la palabra al personaje del que todos hablan, convertida ya en Helena de Troya, para que sea ella quien nos comparta su propia historia; y el autor, en el programa de mano, nos da la clave de la herramienta a utilizar, en cita de Gorgias: “… la palabra es un poderoso soberano, que con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas”.

Esta importancia dada a la palabra, conecta con las tesis del coaching ontológico y no de manera casual, ya que los filósofos griegos, fueron, de alguna manera, los primeros coaches, poniendo en la palabra el centro de lo que sucede en la vida, hasta afirmar que “lo que no se verbaliza no existe, es la palabra la que crea la realidad”. En estos vibrantes sesenta minutos, Helena, de Esparta y de Troya, nos cuenta su historia, al menos lo vivido por ella y lo hace desde los recuerdos de una mujer ya envejecida, entregada al vino y las pócimas -antecesoras de las drogas de nuestra época-.

En este juicio a una zorra, todo lo que se pone sobre el escenario: sencillez en el decorado, ocupado de forma minimalista por una mesa, equilibrada y discretamente, ocupada por algunas copas y botellas de colores, brillantemente iluminada por Juanjo Llorens, tal como siempre nos tiene acostumbrados; está destinado al lucimiento de una gran Carmen Machi, vestida de un rojo ajustado y melena rubia, que en su conjunto nos traslada la idea de que el tiempo pasó, asomando el duro calificativo, en género femenino, de usada: cosas de la edad y la acumulación de experiencia.

El texto, y la interpretación de Machi, alternan momentos de gran carga dramática, con momentos que, más allá de la ironía, producen alguna carcajada, pero la Helena que deja huella es la que nos muestra desazón, desesperación y angustia, en ese registro está formidable.

Cabría mejorar, especialmente en la parte inicial de la obra, las apariciones de Zeus, a través de unos truenos y efectos sonoros que terminan por impedir que las palabras de Helena lleguen nítidas al patio de butacas.

Al finalizar la obra, más de cinco minutos de ovaciones, con el público puesto en pie, es un reconocido homenaje a la calidad de la obra, del espectáculo y del trabajo de Carmen Machi, en este juicio a una zorra, pero como la vida es, siempre, cuestión de expectativas y, personalmente, tanto espero de Miguel del Arco y de Carmen Machi, calificaré el resultado final con un nueve… ¡sobresaliente!, pero aún, ambos, son capaces de más, esa es la condena de los grandes: la exigencia, aunque naturalmente vivida desde la excelencia y la capacidad del aprendizaje continuo.

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