Hace 20 años yo estaba en la universidad, obviamente he cambiado bastante, pero una de las cosas que más inalterablemente he mantenido es el interés por el cine, algo que en mí data de épocas remotas. Recuerdo que a veces iba con alguna compañera de clase a ver una peli a la filmoteca, a los Renoir o a los Alphaville (hoy Golem), ya que hablaba mucho de cine, esto atraía de vez en cuando la atención de otros (sobre todo chicas, siempre más curiosas), y alguna vez esto terminaba en una sala oscura viendo una peli. Bien, a lo que iba, en muchas ocasiones había un momento en que dejaba mi mano apoyada encima de mi pierna, cara arriba, lo más posible pegada a la pierna de mi acompañante, con la estúpida impresión de que ésta, en una mezcla de mi (creía yo) arrebatadora presencia, unida a la belleza de la película, y a mi verborrea previa en el más puro estilo Garci sentando dogma de lo que íbamos a ver, me cogería la mano y ahí empezaría una eterna historia de amor.

Mientras escribo esto me doy cuenta de lo patético e improbable de que las cosas surgiesen así porque si, y de hecho en mi caso las cosas nunca sucedieron así de inicio. Todo esto me atrevo a comentarlo porque hay una secuencia en la película, que transcurre en un cine, donde pasa esto, y por supuesto, el resultado no es el mismo que en mi pretérita realidad, a mi nunca nadie me cogió de la mano en una situación así, pero a Ryan Gosling si, porque el cine es sueño, emoción, y a veces ves tus anhelos cumplidos en una pantalla, rejuveneces, y te emocionas por lo que nunca pasó.

Hace 20 años, también recuerdo que tenía unos sueños, y hace poco, cuando cumplí 40, llegué al convencimiento de que algunos de ellos ya nunca serían realizables. Afortunadamente se cumplieron los más importantes, y de hecho estoy casado con la mejor mujer del mundo y tengo unos hijos estupendos, pero si es cierto que algunos proyectos se han quedado por el camino. Bien la falta de talento, o de convicción en uno mismo, o el miedo a lanzarse y, a partir de un determinado momento, la necesidad de adaptarte a una determinada vida donde la responsabilidad frena la acción, hacen que determinadas cosas se dejen en el camino. De esto también se habla en la película.

La La Land quizás no sea perfecta, puede que flojee en su parte intermedia, es evidente que los protagonistas no bailan ni de lejos como Fred Astaire y Ginger Rogers, que algunos de los números musicales no tienen el virtuosismo de las coreografías de Gene Kelly, y que quizás el hierático rictus de Ryan Gosling en ocasiones transmita algo de frialdad. Pero no por ello no deja de ser una gran película, un gran musical y sobre todo, y lo más importante, pone imágenes a los sueños, y homenajea a los soñadores.

La historia es bonita, de corte clásico, los protagonistas tienen química entre ellos y conectan con el espectador, algunos momentos coreográficos son de gran belleza, y en la parte final, en esa última media hora inconmensurable, es difícil no emocionarse, de hecho yo no pude evitarlo en ninguna de las dos ocasiones en que la he visto.

Dicen que va a conseguir todos los premios del año habidos y por haber, y yo personalmente me alegraré, porque no sé si es la mejor película de 2016, pero posiblemente si la que transmite más amor por el cine, y mucha, mucha emoción. Y es que como no te vas a estremecer con la mirada de Emma Stone, o quien no empatizaría con el personaje del chico cuando defiende la pureza de una pasión contra todo y contra todos, o como no vas a sufrir con los reveses y esfuerzos de la chica por conseguir trabajar en lo que es su vocación desde niña, o a quien no le gustaría bailar entre las estrellas del cielo con la pareja a la que ama y, finalmente, quien no ha conseguido ser feliz por caminos que no esperaba, y dejando atrás cosas que alguna vez parecían esenciales. Todo eso es La La Land, dejaos llevar, volad un poco y volved a vuestros sueños, que a través del cine y la música, se hacen realidad.

NOTA 10/10

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